Chiapas
2


Rubén Jiménez Ricárdez
La guerra de enero *

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Presentación

Ana Esther Ceceña,
Universalidad de la lucha zapatista. Algunas hipótesis

Rubén Jiménez Ricárdez,
La guerra de enero

Enrique Rajchenberg S. y Catherine Héau-Lambert,
Historia y simbolismo en el movimiento zapatista

Enrique Semo,
El EZLN y la transición a la democracia

Susan Street,
La palabra verdadera del zapatismo chiapaneco

José Blanco Gil, José Alberto Rivera y Oliva López,
Chiapas: la emergencia sanitaria permanente


PARA EL ARCHIVO

Servicios del Pueblo Mixe, A. C.,
La autonomía: una forma concreta de ejercicio del derecho a la libre determinación y sus alcances

Acuerdos sobre derechos y cultura indígena a que llegaron las delegaciones del EZLN y del Gobierno Federal en la primera parte de la Plenaria Resolutiva de los diálogos de San Andrés Sacamch’en, 16 de febrero de 1996

Francisco Pineda,
La guerra de baja intensidad

Elizabeth Pólito y Juan González Esponda,
Cronología. Veinte años de conflictos en el campo: 1974-1993


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Karl von Clausewitz, en una fórmula consagrada, dijo que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pero no quería decir -como sostiene la opinión corriente- que el momento de sobrevenir la guerra fuera el del agotamiento de los medios políticos, sino el del agotamiento u obstrucción de los canales pacíficos de resolución de los grandes conflictos de intereses. O, en otras palabras, que la guerra es una forma, extrema y sangrienta, del conflicto político. La actuación de la fuerza militar y el derramamiento de sangre que conlleva, por lo tanto, son medios políticos que se ponen en juego para conquistar determinados fines, trátese de un enfrentamiento entre estados o de intereses contrapuestos en el interior de un estado. "Acto de violencia", escribió Aron, interpretando a Clausewitz "destinado a imponer nuestra voluntad al otro, la guerra incluye un medio, la violencia, y un fin, fijado por la política. Pero como ésta somete la violencia a la inteligencia, o sea a la política, esta última no cesa de conducir el desencadenamiento de la violencia."[1] No se organiza un ejército para participar en elecciones. Se le organiza para abatir a un enemigo e imponerle una voluntad contraria. En todo caso, la política prima en la elección del medio y comanda el desarrollo de la lucha. Las comunidades indias chiapanecas por cuya voluntad nació y creció el Ejército Zapatista de Liberación Nacional habrían podido sin duda, de proponérselo, haber organizado un partido. Pero, al considerar que se habían cerrado los canales pacíficos para obtener satisfacción a sus demandas, eligieron crear un ejército para actuar en la arena política nacional. Es un error de perspectiva oponer guerra y política, o es una forma de intervención política vergonzante para encubrir designios partidistas. Y, sobre todo, esa oposición resulta estéril como horizonte interpretativo. Porque más allá de la aceptación o del rechazo al medio elegido por el EZLN, es un incontrovertible dato de la realidad que la guerra estalló en Chiapas el primer día del año 1994. Muchos podemos lamentarlo como un hecho funesto, pero decirlo no contribuye en nada a su clarificación. De allí que sea preciso intentar comprender, en su determinación específica, el aspecto bélico del conflicto político que afloró en Chiapas. Sin tomarlo en cuenta, el análisis será parcial; equivaldría a tratar de entender un proceso electoral sin incluir a los partidos ni el desarrollo de las elecciones. Por eso juzgo indispensable examinar, en su singularidad, el enfrentamiento militar de enero entre el EZLN y el Ejército Mexicano.

1. Una sublevación anunciada

El asombro fue la impresión dominante frente a la espectacular presentación en público del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Se declararon sorprendidos, por igual, el ciudadano común, los dirigentes de partidos políticos, muchos analistas y observadores, los medios de comunicación, el gobierno... Carlos Salinas de Gortari, en su Sexto Informe, habló de "hechos insólitos", "inesperados"; de "fallas en la información política", de "deficiencias" de las autoridades locales y de "un cuidado excesivo durante los meses anteriores en no emprender acciones preventivas de seguridad". Todo lo cual, según la aserción presidencial, provocó que "sorprendiera al país" el levantamiento armado del primero de enero. Pero, ¿hay razones fundadas para tanta sorpresa o para tantos sorprendidos? ¿Pueden argüir un tan alto grado de desconocimiento los altos cuadros gubernamentales? ¿Fallaron a tal punto los aparatos de inteligencia civil y militar de que dispone el gobierno? Existen numerosos indicios y algunas pruebas que permiten responder negativamente esas interrogantes en lo que atañe al Ejecutivo y a los mandos del Ejército Mexicano. No es posible compartir, ateniéndose a los hechos, la afirmación de Jorge Castañeda según la cual el presidente "fue sorprendido por el alzamiento chiapaneco".[2]

El pasmo inicial de Carlos Salinas de Gortari y del gobierno en su conjunto lo causó la extensión y profundidad de la sublevación, y en particular la toma de San Cristóbal. Y hablo de pasmo porque -como lo indicaba ya el 5 de enero Carlos Ramírez en El Financiero- fue notoria la ausencia de Salinas "del escenario político" durante cuatro días. Las llamadas "fallas de información" son atribuibles a la subestimación del zapatismo, es decir, a una determinada concepción y a las decisiones políticas que en ella se basaron, pues el gobierno no ignoraba su existencia. La conoció por lo menos desde mediados de 1993, pero hay testimonios de autoridades de la zona que la habían reportado mucho antes. Por lo demás, durante casi todo 1993 no cesaron de manifestarse las señales de que "algo" iba a ocurrir en Chiapas. El 20 de marzo, un capitán y un teniente presuntamente fueron asesinados y luego quemados en la comunidad tzotzil de San Isidro el Ocotal. Se produjo en respuesta una movilización de cerca de 400 soldados que sitiaron el poblado por más de una semana y -según denuncia del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, de San Cristóbal- amenazaron de muerte a los habitantes (46 familias) y aprehendieron y torturaron a 13 campesinos. Dos meses después, el 22 de mayo, La Jornada informó de un enfrentamiento en la selva entre el Ejército Mexicano y presuntos guerrilleros, a resultas del cual fue herido un cabo. Al día siguiente, en un nuevo choque, murió un subteniente y resultó herido un sargento segundo de infantería. Esos encuentros fueron reconocidos -primero el 31 de mayo y nuevamente el 11 de julio, en sendas cartas a La Jornada- por la oficina de prensa de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). A ellos se refirió el subcomandante Marcos. En declaraciones a Proceso que aparecieron publicadas el 10 de enero de 1994, dijo: "El enfrentamiento en [la sierra] Corralchén fue accidental. Nos encontramos, les hicimos dos bajas, nos hirieron a un compañero y a otro lo mataron. Buscamos romper el cerco y lo logramos. La maniobra de 1 500 efectivos del ejército tuvo sus problemas; se cruzaron, hubo choques entre ellos. Doce cuerpos fueron sacados en bolsas".

Posteriormente, en una excelente entrevista de Vicente Leñero, Marcos precisó:

La primera acción militar es en mayo del 93, cuando el ejército descubre accidentalmente el campamento donde se estaba planeando el ataque que se hizo en enero. Entonces el ejército procede como debe proceder un ejército: descubre un enemigo, empieza a desplegarse y a cortar, trata de acabar con los guerrilleros... Pero de pronto, a los pocos días, se sale. Eso no es una decisión militar, es una decisión política. En términos militares ellos pensaban que el nuestro era un grupo aniquilable. Pero el hecho de aniquilarlo, o sea, de empezar a poner efectivos, significaba para el gobierno federal reconocer que había guerrilla. Y pensamos nosotros (aquí estoy lucubrando) que en vísperas del TLC ese repliegue no pudo ser un error del ejército federal. Estoy seguro de que fue una decisión política de muy arriba. Que no pudo ser más que del presidente de la república.

La retirada del Ejército Mexicano fue un error capital de decisión política. Pues de haber persistido en la persecución de las fuerzas del EZLN, el ejército habría desbaratado, antes de que se produjera, la ofensiva del 1° de enero, entonces en preparación. Como lo reconoció Marcos en una entrevista de Blanche Petrich y Elio Henríquez, al referirse a ese encuentro accidental de mayo: "Nosotros en ese momento nos calmamos porque el CCRI [Comité Clandestino Revolucionario Indígena, la dirección política colectiva] dijo: si tocan los pueblos empezamos, si no, no. Pero ya estábamos esperando. El ejército cometió un error al retirarse, si ya estaban allí. Nosotros estábamos a punto de activar la ofensiva que estaba planeada para fin de año".[3]

El 2 de agosto, el corresponsal en Chiapas de La Jornada, Elio Henríquez, informó de la existencia de "grupos mexicanos armados con fines revolucionarios en zonas selváticas que comparten los municipios de Las Margaritas, Ocosingo y Altamirano". Por si fuera poco, el 13 de septiembre Proceso publicó un reportaje en el que, basándose en un testimonio del jesuita Mardonio Morales, aseguró: "Hay guerrilleros en Chiapas desde hace ocho años". Y en agosto, según La Jornada, funcionarios de la embajada estadounidense viajaron a ese estado y, en Ocosingo, se entrevistaron con dirigentes campesinos con el fin de averiguar si existían campos de entrenamiento de guerrilleros en la región.[4]

Carlos Salinas de Gortari subestimó el problema. Quizás supuso que se mediría con un grupo relativamente pequeño, fácil de aniquilar en un momento político más propicio y, fundándose en consideraciones de ese tipo, tomó la decisión que en el contexto le pareció mejor: diferir una persecución imposible de ocultar a la luz pública. Sabía, sin embargo, que en Chiapas estaba por sobrevenir un conflicto armado. Por si no bastaran los indicios, lo prueba sin equívocos el testimonio del exgobernador interino de ese estado, Elmar Setzer, quien afirma que Salinas ordenó la suspensión de los operativos militares en 1993 y que, en su última gira de ese año por la zona, discutió la situación con él y con Patrocinio González Garrido, gobernador de Chiapas con licencia y entonces secretario de Gobernación.[5] Enfrascado en el difícil tramo final de la negociación del TLC, cuyo rechazo o aprobación en el congreso estadounidense le daría la señal para designar a su sucesor, Salinas actuó con inconciencia e irresponsabilidad y, en todo caso, cometió un grave error político. Ante los anuncios del inminente levantamiento chiapaneco tomó algunas medidas, pero lo hizo dentro del estilo tradicional. En julio de 1993, el coordinador del Pronasol (Programa Nacional de Solidaridad) supervisaba en Guadalupe Tepeyac, municipio de Las Margaritas, la construcción de un hospital y anunciaba en Altamirano la edificación de otro y la pavimentación de una carretera. El presidente inauguró en septiembre, en compañía de Luis Donaldo Colosio y bajo "un discreto pero mayor dispositivo de seguridad", el hospital de Guadalupe Tepeyac. Antes, el 20 de agosto, Colosio, todavía secretario de Desarrollo Social, anunció en Las Margaritas que, a los 130 millones de nuevos pesos entregados a principios de 1993, se sumarían 40 millones adicionales destinados a programas especiales de la Selva Lacandona y de la zona fronteriza con prioridad para los municipios de Ocosingo, Altamirano y Las Margaritas. Sin embargo, como lo prueba un desplegado de la ARIC Unión de Uniones y la lista de quienes recibieron los recursos, éstos se canalizaron en beneficio sustancial de las organizaciones oficialistas.[6] Es decir, de acuerdo con el comprobado método priísta de satisfacer demandas sólo a través de las organizaciones del PRI -o de las adictas al mismo- con el fin de quebrantar la moral de los miembros de las organizaciones independientes. Sólo que en esta ocasión el método falló.

El desafío incubado durante largo tiempo en las profundidades de la selva hizo eclosión el 1° de enero. Al enigma sobre la supuesta ignorancia presidencial se agregó otro: ¿cómo era posible que una movilización militar que involucraba a varios miles de efectivos -y que tuvo que desplegarse necesariamente como un proceso y no como un acto instantáneo- pasara tan inadvertida? No se puede dudar de la extensa capacidad de sigilo del EZLN, cubierto por un impresionante secreto de masas; tampoco, del irrecusable apoyo que le prestaron numerosas comunidades indígenas, sin el cual por supuesto no habría sido posible esa clandestinidad masiva. Esos factores fueron determinantes para permitirle surgir, desarrollarse, entrenarse y fortalecerse como un ejército popular de las propias comunidades; seguramente, también, le permitieron despistar a los aparatos de información del gobierno acerca de su verdadera dimensión. Con todo, el misterio permanece: en los últimos días de diciembre ya no se trataba de la etapa de preparación, sino del despliegue público, ¿ninguna autoridad pudo advertir el paso de esa fuerza por los caminos y quebradas, por las veredas y parajes, por los pueblos y las carreteras?

La verdad es que las autoridades militares asignadas a Chiapas, y los gobiernos estatal y federal, se enteraron de una parte de las operaciones del EZLN al menos con dos días de antelación a la toma de San Cristóbal. Así lo reconocieron públicamente. En el primer boletín informativo de la Sedena sobre el conflicto chiapaneco, emitido el domingo 2 de enero, se lee: "A raíz de los acontecimientos del día 30 de diciembre pasado en el poblado de San Miguel, proseguidos durante la madrugada del día primero del actual [...], se ordenó que el personal militar jurisdiccionado a la VII Región Militar permaneciera en el interior de sus instalaciones esperando un posible diálogo a cargo del gobierno estatal [...]". Pero se sabe que el gobierno estatal no hizo el menor intento por entablar diálogo ni comunicación con el EZLN. Es más, el exgobernador Setzer argumenta que las exigencias zapatistas sobrepasaban sus facultades: "Yo no podía negociar la remoción del presidente, por eso hice lo único que podía: llamar al ejército".[7] Entonces, ¿por qué el ejército se recluyó dentro de sus cuarteles? Una parte fundamental de la explicación de este comportamiento se encuentra sin duda en la subestimación del problema. Pero otra es una incógnita: ¿dejar que la sublevación tomara su curso era una maniobra de los militares para forzar el paso a su actuación barriendo con la resistencia de las autoridades civiles de la federación? En mayo de 1993 al Ejército Mexicano le habían ordenado retirarse del teatro de operaciones: ¿calcularon sus mandos acaso que frente a un hecho consumado eso no habría de suceder ahora? Es difícil responder esas preguntas.[8] Pero la evidencia muestra que también el ejército, en su propio ámbito, minimizó el problema: ¿por qué, si no, cuando la sublevación ya estaba en marcha permaneció dentro de sus instalaciones? A fin de cuentas, todo contribuía a la subestimación: si había guerrilleros en la Selva Lacandona sólo podían ser foráneos y pocos, pues la mayoría de los habitantes eran indios y de ellos -según la concepción predominante- no había nada que temer: eran sumisos, carne de represión, temerosos, incapaces de responder.

¿No lo demuestra así el uso impune de la violencia policial y caciquil en su contra? En 1993, un recuento de los agravios sufridos por los indígenas del país, consigna: 170 asesinatos, 18 desapariciones, 367 detenciones ilegales, 3 mil 620 hostigamientos, 21 incomunicaciones, 410 lesiones, 7 secuestros y 37 torturas.[9]

2. Las operaciones militares

El operativo militar del día 1° empezó antes. La información disponible permite ver que ya el 29 de diciembre, en San Miguel Pataté, poblado de 5 000 habitantes localizado entre Altamirano y Ocosingo, unidades del EZLN se apoderaron de cinco camiones de tres toneladas con el fin de trasladar a sus tropas a Ocosingo. El general Miguel Ángel Godínez Bravo, jefe del Estado Mayor Presidencial en el sexenio de José López Portillo y a la sazón comandante de la VII Región Militar con sede en Tuxtla Gutiérrez, esto es, el oficial de mayor jerarquía en Chiapas, sobrevoló la zona. El día 31, cuando ya desde una estación radiofónica de San Cristóbal se informaba de las operaciones zapatistas en San Miguel, el general Godínez estuvo por la tarde en Ocosingo. Sobre esa visita, el presidente municipal del lugar declaró que el general fue "simplemente para echar un vistazo". Regresó a su cuartel. Pero elementos de seguridad pública del estado fueron apostados en esa población para rechazar el ataque rebelde, y sucedió lo mismo en Las Margaritas y Altamirano.[10] Sobre los sucesos en esta última ciudad, el policía Cruz Hernández López contó lo siguiente:

El 31 de diciembre [nos] mandaron de comisión [...]. Nuestros superiores no nos dijeron nada más [...] Nuestro grupo estaba compuesto por cerca de 60 elementos que salimos de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y llegamos poco antes de las 2 de la mañana a 6 kilómetros de la cabecera municipal de Altamirano [...] Como a las 4:20 de la mañana [...] empezaron a balearnos.

Cuando oí el primer disparo, cargué mi R15 y me puse en posición de ataque, cuando en eso sentí un gran dolor en el brazo derecho. Eran más de 500 personas las que nos atacaron y no tuvimos tiempo de nada [...]. Sé también que casi la mitad de los compañeros que fuimos de apoyo perdieron la vida.[11]

En Las Margaritas, el choque con la policía de seguridad pública arrojó un saldo de 4 muertos, entre ellos un civil. En Altamirano, las autoridades estatales informaron de 7 policías muertos y 2 heridos; en Abasolo, de un muerto y 13 policías heridos. En Chanal, un muerto, y a la altura del poblado Chanal del Carmen, 6 policías muertos y 2 heridos. En Ocosingo, el combate por el edificio del ayuntamiento duró hasta las 16:30 horas del día 1°, reportándose las siguientes bajas de las fuerzas de seguridad pública: 7 muertos y 13 heridos, y ninguna baja del EZLN.[12] Es decir, de acuerdo a estas incompletas cifras oficiales: 25 muertos y 30 heridos de las fuerzas de seguridad pública del estado. A la vista de las cuales resulta casi increíble el grado en que las autoridades subestimaron los alcances del levantamiento.

Como afirmó Marcos en San Cristóbal: "[...] decían que no teníamos la capacidad militar para tomar cuatro cabeceras municipales y de sorpresa. Todo mundo sabía que íbamos a atacar Ocosingo el último día del año [...] Ni el ataque a Ocosingo ni el ataque a Altamirano fue una sorpresa".[13] Lo fue en cambio la ocupación militar de San Cristóbal, la segunda ciudad en importancia del estado. Según Marcos, inspirándose en la táctica que Villa puso en práctica para tomar Ciudad Juárez -fingiendo un ataque sobre Chihuahua para engañar al ejército federal-, "nosotros amagamos el ataque a Ocosingo [mientras] empezamos a mover tropa y media hacia San Cristóbal. Cuando ellos se dan cuenta [...], la sorpresa es en San Cristóbal de Las Casas; allí se espantaron".[14] El estupor "y el reconocimiento implícito de que las autoridades subestimaron la magnitud del levantamiento" se transparenta en el informe -por lo demás confuso y lamentable- que la subsecretaria de Gobernación, Socorro Díaz, leyó el 7 de enero:

Desde el día 30 de diciembre los gobiernos local y federal y el Ejército Mexicano habían identificado un movimiento sospechoso en la selva que anunciaba una próxima acción importante de grupos de agresores [...]. Ésta era la tercera ocasión en el año que se contaba con informes similares. Por ello, se reforzaron las medidas de seguridad y se fortalecieron las policías y el destacamento del Ejército Mexicano en la zona. Sin embargo, el movimiento agresor resultó más amplio y más extendido, comenzando con acciones violentas en lugares en los que no las habían realizado en el pasado, como San Cristóbal de Las Casas. Actuaron con movilizaciones de muy pequeños grupos, sumándose cerca de las poblaciones, lo que hizo más difícil su detección.[15]

Porque el gobierno no la esperaba, y en ese lugar no había apostado fuerzas de seguridad pública para repeler el ataque rebelde, la toma de San Cristóbal fue prácticamente incruenta. Una característica que le permitió al EZLN redondear su primer resonante triunfo, el cual no habría resultado igual en caso de haber tenido que entablar una dura batalla por la ciudad. Sobre todo porque pudo así cumplir con eficacia el objetivo fundamental de su acción propagandística -presentarse en público y difundir su programa-, en un clima sin demasiada zozobra, consolidado mediante reiteradas declaraciones de respeto a la población civil, una parte de la cual -mexicana y extranjera- se mezcló con la tropa insurgente sin temor. Pero la ocupación de San Cristóbal, además, parece que sirvió al logro de otros objetivos. En el plan táctico de la operación, tal vez contribuyó a retrasar la respuesta del ejército. Eso quizás fue lo que Marcos quiso decir cuando respondió, a quien le preguntaba por qué las tropas, acantonadas aproximadamente a 10 kilómetros de distancia, continuaban sin intervenir en la tarde del día primero: "Tienes que tomar en cuenta que es una situación difícil, porque ésa es la comandancia de la XXI Zona Militar. Y atacan la espalda y tres frentes. No está como que digas qué bueno, ahorita vengo y acabo San Cristóbal".[16] El Ejército Mexicano quedó fijo en sus posiciones en la zona de guerra y empezó, a la vez, un acelerado movimiento de concentración de fuerzas provenientes de otras partes del país. Al mismo tiempo, dirigió su primera línea de respuesta sobre Ocosingo, enviando para ello 3 batallones desde Tabasco y Palenque. Para explicar la lentitud de la respuesta militar, el ejército y el gobierno adujeron públicamente dos razones. Primera: aguardar a la realización de un supuesto diálogo, que nunca se intentó; y, en una versión modificada, esperar a la petición oficial de las autoridades estatales para intervenir, pero ésta, como lo reconoció Gobernación, ya se había formulado desde el día 1°. Segunda: no atacar en las ciudades para evitar la pérdida de vidas civiles, pero en ese caso, ¿por qué el ejército atacó a los rebeldes en Ocosingo cuando ya habían iniciado la retirada? Cualesquiera hayan sido los motivos, el Ejército Mexicano tardó más de 24 horas en responder. Y ese intervalo fue decisivo para el éxito inicial de los zapatistas.

Porque, desde cualquier ángulo de análisis, la conclusión es clara: el primer golpe fue asestado con particular dureza. Una cosa era que el EZLN tomara Ocosingo o Altamirano, o incluso ambos; otra muy distinta, que se apoderara sorpresivamente de la segunda ciudad chiapaneca. Pero a esos hechos, de suyo graves, hay que añadir, para trazar el contorno de una compleja situación militar, que la movilización rebelde desembocó en realidad en la ocupación armada de 7 cabeceras municipales ubicadas dentro de un vasto territorio. Era una operación ofensiva de gran envergadura, llevada a cabo -ahora lo sabemos- por el Primer Cuerpo de Ejército del Sureste, compuesto por la 21, la 25 y la 75 divisiones de infantería "y las agrupaciones de armas y servicios que acompañan a estas unidades".[17] Era una acción sumamente ambiciosa, que la mayoría de las fuerzas guerrilleras del inmediato pasado latinoamericano no habrían osado siquiera imaginar como punto de arranque. Era, en realidad, la acción de un ejército de los pueblos indios que, de ese modo, demostraba su capacidad y poderío y definía su control territorial. Cayeron en poder del EZLN San Cristóbal de Las Casas, Las Margaritas, Ocosingo, Altamirano, Chanal, Oxchuc y Huixtán.[18] Las cabeceras de siete municipios (de los cuales seis aparecen clasificados como de "muy alto" grado de marginación) en los que habitan 373 691 personas. Para formarse una idea de la importancia territorial de la operación, basta considerar que el municipio de Ocosingo tiene una extensión de 10 528.52 kilómetros cuadrados, esto es, la mitad de la superficie de El Salvador. Y, juntos, los siete municipios suman un total de 18 400.52 kilómetros cuadrados.[19] Sólo mandos con una alta capacidad política y organizativa -logística- pudieron conducir la movilización de una masa -disciplinada, armada y con moral combativa- de varios miles de hombres que actuaron sincronizadamente en cumplimiento de un plan de campaña. Es cierto que la misión era de propaganda armada. Pero lo que había salido de la selva, en el remoto extremo suroriental de México, era una fuerza militar no desdeñable. Eso lo entendió en primer lugar el propio Ejército Mexicano, que calculó en 10 mil hombres y mujeres armados los efectivos del EZLN en aquellos primeros días de la confrontación: por eso, a partir del día 1° empezó a mover a miles de soldados hacia Chiapas desde todos los rumbos del país.

El impacto de la sublevación sobre la conciencia colectiva nacional y la resonancia que de inmediato alcanzó en el extranjero fueron enormes y sin precedentes en las últimas décadas. A lo cual contribuyó poderosamente, no cabe duda, la composición étnica del levantamiento. Porque, a pesar del empeño gubernamental en negarlo, la contundencia de las imágenes y el testimonio de los periodistas pusieron en claro desde los primeros días que no se trataba de una aventura guerrillera sino de una sublevación indígena masiva. Y que, por lo tanto, el desafío no podía dirimirse en la forma de una persecución militar de un pequeño grupo armado, al estilo de las conocidas campañas contraguerrilleras, porque lo que se había configurado era un verdadero escenario de guerra. La coyuntura política sufrió un vuelco. El día en que el presidente Salinas, al ponerse en marcha el TLC, debía ingresar a la cúspide de su fama y su poder, se transformó en el día de mayor cuestionamiento a su obra entera de gobierno. Y, sin embargo, el primero de enero sólo era el preludio de lo que estaba por venir en los siguientes días: una acumulación de hechos, punteados por los ritmos de la guerra y por sus efectos en la política nacional, que nos mantendrían con el ánimo en suspenso y literalmente en vilo.

Cumplidos sus propósitos, al menos los de una primera fase de campaña, las tropas zapatistas iniciaron el 2 de enero un movimiento de repliegue a las montañas.[20] Abandonaron San Cristóbal, de paso atacaron un penal y liberaron a 179 presos y -después de invitar a la guarnición a incorporarse a sus filas, y al no obtener respuesta, intimarla a la rendición- atacaron el cuartel de la XXXI Zona Militar en Rancho Nuevo, uno de los establecimientos más modernos y poderosos del país. Con ello, al parecer, abrieron una segunda fase de la campaña, ahora sustancialmente bélica, de confrontación directa con el Ejército Mexicano, la cual abarca del 2 al 13 de enero, cuando cesan los combates. En el transcurso de esos días ocurren numerosos encuentros y escaramuzas. Y dos batallas importantes -la de Rancho Nuevo y la de Ocosingo- que resulta difícil descifrar dado lo insuficiente de la información disponible.

El ataque sobre Rancho Nuevo comenzó a las 7:00 del día 2: "Recibimos el ataque por tres lugares distintos", informó el general Godínez Bravo. "Nos concretamos a repeler esa agresión durante todo ese día. Durante la noche y los ocho días siguientes fuimos agredidos continuamente [...]".[21] Pero todavía el 11, después de una noche de intercambio de disparos de fusilería y morteros, persistía el impacto emocional del primer ataque; algunos familiares de los oficiales del cuartel declararon: "Se imagina lo que fue la primera noche, entre los muertos, los francotiradores, el ruido de morteros, el peligro, las luces que denunciaban la presencia de los enemigos frente a nosotros".[22] La Sedena informó oficialmente de 5 militares muertos y 6 heridos, así como de 24 muertos del EZLN y estimó que los heridos de éste "fueron evacuados". Dijo también que el ejército encontró abandonadas, entre otras cosas, 41 mochilas y 30 armas de fuego. Arvide, quien asegura que "las bajas de las fuerzas armadas fueron muchas", reporta 14 soldados muertos de una compañía que llegaba de Tlaxcala; "30 militares muertos en El Corralito", y la muerte de un teniente coronel, "segundo comandante del 24 Regimiento de Caballería con sede en Comitán".[23] Una vez desbaratada su ofensiva, las fuerzas zapatistas mantuvieron durante los siguientes ocho días un permanente hostigamiento sobre Rancho Nuevo.

La batalla de Ocosingo fue la más sangrienta. Por tres motivos: allí el EZLN tuvo que librar un combate inesperado, fue la única batalla que enfrentó a los dos ejércitos dentro de una ciudad y un número indeterminado de civiles estuvo bajo el fuego. Una parte de la fuerza zapatista había iniciado la retirada en la mañana del día 2. Otra parte permanecía aún dentro de la zona urbana -"poco más de 100 guerrilleros", según La Jornada; aproximadamente 800 combatientes, según El Financiero- cuando llegaron, a las 3:30, tropas integrantes de los batallones 17, 53 y 73 procedentes de Villahermosa, esto es, alrededor de 1 800 hombres (a los cuales se uniría, el día 3, un convoy de 25 vehículos con soldados del 57 batallón de infantería de Cárdenas, Tabasco, para sumar un total aproximado de 2 400 soldados).[24] Rodearon la ciudad y enseguida penetró en ella el 73 batallón de infantería al mando del general Juan López Ortiz, "el mismo que como teniente coronel rescatase a Rubén Figueroa después de andar en la montaña más de un año".[25] Lo habían traído de Campeche, en donde fungía como jefe de la Zona Militar. Un grupo de rebeldes se concentró en el mercado, otro permaneció en el pueblo, y numerosos francotiradores dificultaban el avance del ejército. El enfrentamiento se prolongó durante toda esa noche y todo el día siguiente. "No sabíamos qué había dentro del mercado, todo eran disparos, charcos de sangre, confusión", recuerda el mayor de caballería Carlos Gallegos. En la mañana del 3, el general López Ortiz ordenó tomar el mercado, pero "muchos ya habían escapado". Y esa noche continuaron los combates. Después de las nueve, cuenta Jaime Avilés, quien se encontraba refugiado en una estación de autobuses protegida por el ejército, comenzó el ataque zapatista: "Los guerrilleros concentraron el fuego en torno de la zona ocupada por el ejército, en una maniobra ideada para que el grueso de las fuerzas rebeldes, que aún permanecían en el centro de la ciudad, se desplazaran [hacia] una colina que sirve de paso para la sierra".[26] Al día siguiente, 4 de enero, según López Ortiz, "me enfrento con ellos en las afueras, ya rumbo a Altamirano, toda la mañana estoy mortereando, ellos huyen hacia la selva [...]".[27] Pero los enfrentamientos, de acuerdo con la prensa, aún no cesaban el día 10.

El general López Ortiz afirmó que los rebeldes "se cubrieron con gente del pueblo". Pero Jaime Avilés escribió: "Los baluartes insurgentes están rodeados de población civil, con la cual, por lo demás, ni los zapatistas ni los soldados del gobierno mantienen contacto"; unos y otros, dijo, "utilizan a la población civil como pretexto para evitar un enfrentamiento directo". El general Godínez Bravo declaró otra cosa: "[...] en el caso de Ocosingo [...] la mayoría la formaban campesinos indígenas que iban incluso con rifles de palo y otros con machetes [...] yo quisiera preguntar si no es más criminal o más despiadado enfrentar al ejército a gente totalmente desarmada simplemente para mostrar que ese grupo era muy grande. Opusieron masa a la fuerza [...]". Es indispensable resaltar, sin embargo, que el general Godínez no establece una distinción nítida entre la población civil y los combatientes zapatistas. Más bien, la suya es una difusa percepción según la cual unos y otros son intercambiables y, por lo mismo, los civiles son vistos como potenciales enemigos: "Estas personas", dijo "se uniforman para darse valor [...] al rato se quitan el uniforme, lo esconden, y a los pocos minutos regresan con la mayor tranquilidad vestidos de campesinos o de civiles [...] a los que si por algún motivo los llegamos a agredir inmediatamente nos acusan de violar los derechos humanos".[28] Es una peligrosa concepción, capaz de originar numerosos atropellos.

¿Cuántos muertos y heridos hubo en Ocosingo? Seguramente muchos más de los oficialmente reconocidos. De acuerdo con un boletín de la Sedena, el martes 4 esa población "fue completamente ocupada por personal militar", que finalmente pudo ingresar al mercado municipal después de "más de 48 horas": allí los soldados "localizaron los cadáveres de 9 agresores", con lo cual el número total de sus muertos -sumando los de Ocosingo y los de Rancho Nuevo- se incrementó a 61. La Sedena informó asimismo de 34 detenidos.[29] Los reportajes son sobrecogedores: "Con decenas de cadáveres regados en la calle y cientos de aves de rapiña sobrevolando los tejados de la población, Ocosingo era hoy el reino de la muerte". "Las calles están sucias de ropa, de papel, de botellas, zapatos vacíos, escombros, casquillos de bala y ametralladora, sangre de cuerpos arrastrados."[30] De los cadáveres encontrados en el mercado, en por lo menos cinco se aprecia que fueron ejecutados con tiros de gracia.

Los acontecimientos se encadenan con rapidez. Son los días de una guerra cuyos episodios principales -con todo y la confusión inherente a los hechos de armas, de la que advierte Tolstoi- suceden a la vista de todos. Pues es una guerra cubierta masivamente por los medios, a veces en condiciones de alto riesgo personal para los periodistas. Y a pesar de que en muchos casos hay manipulación, e incluso tergiversación, la prensa, la televisión y la radio difunden el hecho básico: en Chiapas se lucha con las armas en la mano y eso significa fuego, destrucción, dolor y sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte. La prensa veraz y honesta ve aumentar ampliamente sus tirajes. La polémica nacional -sobre el reparto de la riqueza, la marginación y la miseria, el problema indígena, las formas de gobernar y la democracia y, en fin, sobre nuestro destino nacional- recibe un fuerte impulso y adquiere un carácter de urgencia. Porque la conciencia colectiva de los mexicanos ha sido herida y conmocionada por la situación límite que implica enfrentar los hechos decisivos de la vida y de la muerte.

Los acontecimientos bélicos se acumulan, al igual que los efectivos militares. Para el 4 de enero La Jornada reporta una concentración de "más de 10 mil elementos y cien vehículos de guerra, helicópteros y aviones", en tanto que Proceso cuenta "cerca de 17 mil soldados" y otros medios elevan la cifra a 25 mil. El Ejército Mexicano ha sufrido una ofensiva en Rancho Nuevo y ha lanzado una ofensiva en Ocosingo. Ha ocupado tres cabeceras municipales sin lucha, después de ser abandonadas por los zapatistas, que paulatinamente irán desalojando las restantes cabeceras tomadas por ellos. Otros encuentros se producirán en los cerros al sur de San Cristóbal, en una zona densamente poblada por indígenas. Pero, al parecer, ni la infantería ni las máquinas terrestres de guerra son suficientes, y el 4 de enero el ejército recurre al fuego aéreo precisamente en esa zona: se inician los bombardeos. La versión de la Sedena afirma que "una compañía de fusileros" fue "emboscada y cercada" en el Cerro del Extranjero, y que al enviarle refuerzos por aire las aeronaves fueron atacadas y un helicóptero Bell 212 resultó dañado, por lo que "intervinieron helicópteros artillados que ametrallaron el área". Pero según la prensa, al menos tres aviones y cuatro helicópteros dispararon "cohetes y ráfagas de ametralladora".[31] Los ataques aéreos continúan en los siguientes días, abarcando también otros lugares: el cerro Tzontehuitz, municipio de San Juan Chamula; Guadalupe Tepeyac, municipio de Las Margaritas, en donde el ataque duró alrededor de una hora: "Se nos hizo eterno [...], la gente corría en busca de refugio. No sabían qué iba a pasar"; San Felipe Ecatepec, a 5 kilómetros de San Cristóbal, en donde tres aviones y dos helicópteros fueron alcanzados por el fuego zapatista; las inmediaciones de ejidos en la Selva Lacandona.[32]

Los bombardeos suscitan de inmediato preocupación y repudio. "Por razones humanitarias, morales y políticas", un grupo de destacados intelectuales demanda el 5 de enero el cese de los bombardeos y "el estricto respeto a los derechos humanos". La Sedena, en un gesto inusitado y sin duda positivo, responde al día siguiente a la que califica como "justificada preocupación" y adquiere un compromiso público: la Fuerza Aérea, dice, "en ningún momento ha actuado ni actuará sobre poblaciones o comunidades civiles", y allí mismo afirma su "respeto a los derechos humanos".[33] Pero entre el clamor que empieza a levantarse contra los bombardeos, hay algunas voces discrepantes, como la de Antonio Lozano Gracia -secretario general adjunto del PAN, que tomaría posesión como Procurador General de la República el 1° de diciembre de 1994-, quien al preguntársele su opinión sobre los bombardeos, respondió: "Ante una situación de violencia estallada [el ejército] debe utilizar los medios necesarios para reintegrar a la zona el imperio de la ley y la paz".[34]

El Ejército Mexicano militariza la región y bloquea diversas poblaciones a partir del 5 de enero, y para el día 9 ya son 15 los municipios que permanecen aislados. Impide el libre tránsito y la actividad de los informadores. De manera ilegal, se arroga funciones de policía y detiene a numerosas personas -más de cien en total- y algunos de sus elementos cometen graves violaciones a los derechos humanos.[35] Éstas, aunadas a los bombardeos, se traducen en un creciente desprestigio del gobierno y del ejército tanto en el país como en el extranjero. Pero el rechazo a esas acciones, además, conduce a un mayor involucramiento de un sector de la intelligentsia, de algunos medios de comunicación -sobre todo de prensa- que se esfuerzan por informar con veracidad, de organizaciones no gubernamentales, de sectores de la iglesia católica y, sobre todo, de muchos ciudadanos de la más diversa procedencia social que -prácticamente desde fuera de la sociedad política: estado, gobierno y partidos- configuran lo que desde los sismos de 1985 se ha dado en llamar la sociedad civil. Un "actor" social designado con poca precisión conceptual pero con un indudable peso cultural, moral y político, cuya intervención constituyó uno de los factores decisivos que condujeron al cese al fuego y abrieron el camino para el diálogo entre las fuerzas en contienda. La tenacidad y valentía de los miembros de las organizaciones no gubernamentales -que implicó, de hecho, que una parte de la sociedad se metiera, desarmada, a la zona de guerra- y la presión de los periodistas empezaron a romper el cerco militar a partir del 9. Ese día, la Coordinadora de Organizaciones Civiles por la Paz (Conpaz), un grupo de periodistas y personal de la CNDH fueron transportados en helicóptero a Ocosingo por el propio ejército. La presión social lograba así romper el aislamiento, que el ejército sólo había logrado imponer durante cuatro días.

Carlos Salinas decretó el cese al fuego el 12 de enero. Y en su mensaje, leído en el salón Carranza de Los Pinos, dijo que el ejército "sólo responderá si es atacado". El ejército, sin embargo, opuso cierta resistencia. Al anunciar su acatamiento -en su boletín número 15, de la misma fecha-, la Sedena anunció entre otras cosas que impediría la movilización de los rebeldes, mantendría su propia movilidad y continuaría realizando patrullajes aéreos y terrestres. Además, 24 horas después del decreto presidencial, tropas federales apoyadas con helicópteros y aviones "atacaron a una unidad zapatista en un lugar cercano a la comunidad del Carmen Pataté, municipio de Ocosingo".[36] Se trataba de "una columna de blindados" que "se internó en la Selva Lacandona pretendiendo adelantar posiciones". Pero el ataque fue rechazado y "fue destruido un blindado".[37]

Los encuentros en realidad, debido al repliegue zapatista y al lento avance del Ejército Mexicano {determinado éste, entre otras razones, por las precauciones obvias-, ya habían disminuido desde el 10. Ese día, una columna de 95 vehículos militares "blindados, artillería, 50 camiones con 20 soldados cada uno" con apoyo de helicópteros, aviones de reconocimiento y bombarderos Pilatos, se dirigía lentamente hacia Guadalupe Tepeyac. El 11 se desatan ataques aéreos en los alrededores de ese poblado y de Nuevo Momón. Y al recibir la orden de cese al fuego, al día siguiente, esa columna "retrocedió a 12 kilómetros de su último avance y acampó en la población de Gabriel Leyva Velázquez".[38] Así, el Ejército Mexicano no pudo completar en enero del 94 su avance sobre Guadalupe Tepeyac, ni lanzar una ofensiva de gran envergadura. En Guadalupe Tepeyac, un pueblo que la sublevación volvería famoso, se sabía que el EZLN tenía prisionero al exgobernador Absalón Castellanos Domínguez, general de división y -a decir de Isabel Arvide- "afamado jefe del Ejército Mexicano". Esta periodista -que se autodefine como "un vocero oficioso" del ejército- informó de un "enojo profundo común a las fuerzas armadas", entre otras cosas, por la orden de cese al fuego y porque "una extensión del territorio" nacional "está en manos ajenas al gobierno".[39]

Para el EZLN, según lo reconoció el subcomandante Marcos, la orden presidencial de cese al fuego resultó sorpresiva. Pero el mismo 12 de enero, en una demostración de flexibilidad y capacidad política, la dirección del EZLN ordenó a sus fuerzas cesar el fuego ofensivo y mantenerse en sus posiciones. La guerra entró en situación de tregua. Al formular meses después su propio balance de la guerra de los doce días, Marcos escribió que el 10 de enero el Ejército Mexicano "terminó de cerrar el cerco sobre nuestras posiciones" y "copó a nuestras tropas en la Selva Lacandona. Siguiendo el ejemplo del ejército insurgente comandado por el general José María Morelos y Pavón, los combatientes zapatistas resisten el sitio".[40]

Así quedaron las posiciones, en términos militares, desde el alto al fuego. Los insurgentes estaban cercados por el Ejército Mexicano. Pero las fuerzas del EZLN permanecían intactas y en posesión de un vasto territorio. Dos ejércitos se encontraban ahora frente a frente sobre el suelo de México. Y, aunque las acciones bélicas propiamente dichas se habían suspendido, el enfrentamiento continuaría en otras condiciones y por otros medios. En los meses por venir, sin embargo, el gobierno demostraría una persistente incomprensión de la naturaleza profunda del conflicto que se abrió con la sublevación de enero, que a partir de la tregua ya no se libraría en el terreno de las armas y del poder de fuego (aunque éstos han contado todo el tiempo) sino en el espacio más sutil e intangible -pero decisivo- de la legitimidad. Es decir, en el ámbito de la credibilidad, de la autoridad moral, de la justicia de las demandas, del consenso y, en fin, de la hegemonía. Pues en resumidas cuentas el levantamiento indígena venía a cuestionar el fundamento mismo del estado: su monopolio de la violencia legítima o, mejor dicho, aceptada como legítima.[41] Los doce días de guerra, culminación de un largo proceso precedente, serían a la vez el comienzo de un nuevo periodo de abierto y agudizado conflicto político en el país.

PD. La guerra de los doce días provocó un fuerte sacudimiento en la sociedad mexicana. Liberó una enorme fuerza que cimbró la realidad política del país y sus resonancias han sido de efectos prolongados y de indudable profundidad. Pero la guerra no ha terminado: desde el 13 de enero del 94 vivimos bajo una tregua incierta y frágil, pues no se han solucionado las causas que provocaron la sublevación y, en consecuencia, no se ha firmado la paz. El Ejército Mexicano y el Ejército Zapatista han realizado movimientos y maniobras de indudables consecuencias militares, aunque no se hayan disparado el uno al otro. Basta considerar a este respecto el rompimiento del cerco llevado a cabo por los zapatistas el 19 de diciembre de 1994, que desbarató una inminente ofensiva preparada por el Ejército Mexicano para esas fechas, de acuerdo a numerosos indicios existentes. O, todavía de manera más clara, la ofensiva del 9 de febrero del 95, que yo llamo una ofensiva contra nadie, porque se disolvió en el vacío social debido al éxodo de las comunidades indígenas que se internaron en la selva y fue desbaratada -sin disparar un tiro- por el repliegue de las tropas zapatistas, que así evitaron el reinicio de las acciones bélicas. Ofensiva que se transformó en ocupación militar del territorio, es decir, del espacio geográfico pero no del espacio social y político ocupado con legitimidad por el zapatismo. Ofensiva que resultó contraproducente para el gobierno, pues no sólo provocó una enérgica reacción de la sociedad contra la guerra sino también produjo, por primera vez desde el inicio del conflicto, inmensas movilizaciones declaradamente zapatistas en la ciudad de México.

Hay otros muchos episodios, con consecuencias militares, que habría que recordar, como la ocupación pacífica de San Andrés Larráinzar por miles de civiles zapatistas en el primer encuentro entre el EZLN y la delegación gubernamental, que concitó la ira irrefrenable de los miembros de esta última. Pero -para no alargar este rápido recuento- concluiré mencionando las elecciones municipales y para el congreso chiapaneco, realizadas el 15 de octubre de 1995. Elecciones cuyo fin último era de carácter contrainsurgente, pues tenían el objetivo fundamental de aislar al zapatismo y, eventualmente, reemprender la guerra. De haberse dado un proceso comicial con una alta participación ciudadana que lo legitimara, el gobierno habría obtenido el objetivo que buscaba -y debido al cual se empeñó a todo trance en realizar las elecciones, a pesar de las opiniones sensatas que pedían su aplazamiento-, pues habría interpretado la votación como un mandato bélico. El abstencionismo sin precedentes (hasta de un 80% en algunos municipios), que no pudieron vencer ni el fraude ni la manipulación, sirvió en cambio, paradójicamente, para fortalecer al zapatismo y demostrar la profundidad de la crisis del régimen y de los partidos políticos en Chiapas. A continuación, el éxito -de los zapatistas, de la sociedad civil y de la causa de la paz- en las discusiones de la mesa de Derechos y cultura indígenas, del 18 al 20 de octubre, vino a refrendar el aislamiento político y moral del gobierno y profundizó el fracaso de sus reiterados intentos por aislar al EZLN. Una vez que el propósito contrainsurgente electoral falló, el gobierno montó a toda prisa y con torpeza una nueva provocación mediante la captura en la ciudad de México, el 21 de octubre, de Fernando Yáñez Muñoz, supuesto "comandante Germán" del EZLN, a quien se vio obligado a liberar 6 días después debido a la rápida movilización de la sociedad y de los legisladores de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). Pero en esos mismos días, y mientras la discusión avanzaba en San Cristóbal y San Andrés, el ambiente se enrarecía a través de la manipulación en los medios de unas declaraciones de Marcos sobre el PAN -aprovechadas en su beneficio por Castillo Peraza- y sobre el PRD, que dieron pauta a una cruzada verbal antizapatista de Porfirio Muñoz Ledo -y de otros miembros de la dirección del PRD- que culparon al EZLN de su fracaso electoral en Chiapas.


Notas:

[*]

El presente texto es el capítulo de un libro en preparación.

[1]

Raymond Aron, Pensar la guerra, Clausewitz. I, La era europea, Instituto de Publicaciones Navales, Buenos Aires, 1987, p. 128. Cf. Karl von Clausewitz, De la guerra, Diógenes, México, 1973.

[2]

Jorge G. Castañeda, Sorpresas te da la vida. México, 1994, Aguilar, México, 1994, p. 14.

[3]

Proceso, n. 903, 21 de febrero de 1994, pp. 7-8. Cursivas mías (de aquí en adelante, al citar una publicación periódica sólo anoto mes y día cuando el año es 1994). La Jornada, 7 de febrero. Cf. Isabel Arvide, Crónica de una guerra anunciada, Grupo Editorial Siete, México, 1994, pp. 15-16, quien asegura que el general de división Miguel Ángel Godínez Bravo, jefe de la VII Región Militar se hizo cargo del mando en Corralchén, que encontró el campamento guerrillero y que "alarmado" viajó a la ciudad de México para informar al secretario de la Defensa, general Antonio Riviello Bazán, quien se trasladó hasta el lugar. Asegura también que ambos generales "insistieron ante el primer mandatario para combatir a la guerrilla cuando descubrieron el campamento" (p. 25). Esta autora, responsable de comunicación en el gobierno del general Absalón Castellanos Domínguez en Chiapas (1982-1988), es una gran admiradora del Ejército Mexicano, cuyos "jefes principales" son "casi todos amigos en lo personal". Se pasó los días de la guerra junto a los oficiales y, hasta donde sé, es la única que públicamente se ha ocupado del aspecto militar del conflicto. Por todo eso su libro es una fuente valiosa de información, y creo que en cierta medida se traslucen en él algunas de las opiniones de los jefes del ejército.

[4]

Cf. el recuento de la información pública sobre la guerrilla chiapaneca que Ricardo Alemán publicó en La Jornada, 2 de enero.

[5]

La Jornada, 19 de noviembre, p. 23; Proceso, 21 de noviembre, p. 38: "Reaparece Elmar Setzer: ‘el presidente mintió en su informe: sí estaba enterado de lo que pasaba en Chiapas’".

[6]

La Jornada, 2 y 3 de enero; en el mismo diario, el 4 de enero, el secretario de Sedesol proporciona la lista de las organizaciones que se beneficiaron del "programa especial".

[7]

La Jornada, 19 de noviembre. El boletín de la Sedena en El Día, 3 de enero, p. 7. La Secretaría de Gobernación reconoció que el gobernador interino "solicitó por escrito el día primero de enero... la intervención del Ejército Mexicano. Éste, para evitar la pérdida de más vidas civiles, no contraatacó el primer día", El Día, 7 de enero.

[8]

Cf. Arvide: "Los militares tardaron un día en responder a la ‘invasión’, la declaración de guerra, los ataques a sus cuarteles. La orden de este retraso fue presidencial...", op. cit., p. 47. Como se ve, hay un conflicto por deslindar responsabilidades.

[9]

Luis Hernández Navarro, "Los olvidados", en La Jornada, 28 de septiembre.

[10]

Según Marcos, en La Jornada, 2 de enero. Cf. el reportaje de Gaspar Morquecho sobre los acontecimientos del día 31 en La Jornada, 4 de enero; cf. Proceso, 10 de enero.

[11]

Pedro Reygadas, Iván Gómezcesar y Esther Kravzov (coords.), La guerra de año nuevo, Praxis, México, 1994, p. 22.

[12]

Número de bajas de las fuerzas de seguridad pública según reporte de la Procuraduría del Estado de Chiapas, en La Jornada, 3 de enero. "Parte de guerra del EZLN", en Eduardo Huchim, México 1994. La rebelión y el magnicidio, Nueva Imagen, México, 1994, pp. 19-21.

[13]

Subcomandante Marcos, "No nos dejaron otro camino", en Perfil de La Jornada, 19 de enero.

[14]

La Jornada, 7 de febrero.

[15]

"Informe de la Secretaría de Gobernación, con materiales de la Secretaría de la Defensa Nacional y Procuraduría General de la República; leído por la subsecretaria de Protección Civil, Socorro Díaz, el 7 de enero de 1994", en El Día, 8 de enero. Cursivas mías.

[16]

Marcos, "No nos dejaron otro camino", cit. Arvide explica esa tardanza de otro modo: "La verdad es que efectivos militares recibieron la orden de actuar [...] de responder a la declaración de guerra con las armas, en la madrugada del día dos de enero..." (op. cit., p. 24).

[17]

Subcomandante Marcos, "Palabras para la celebración del decimoprimer aniversario de la formación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, 17 de noviembre de 1994", en La Jornada, 19 de noviembre, p. 19.

[18]

Ibid., p. 18.

[19]

Sólo el municipio de San Cristóbal de Las Casas aparece clasificado como de "bajo grado" de marginación. Los datos de superficie territorial, población y grado de marginación, en Consejo Nacional de Población (Conapo), "Sistema de información sobre marginación en México", México, 1990.

[20]

Es lo que afirma Marcos en "Palabras...", cit.

[21]

General Miguel Ángel Godínez Bravo, en entrevista con Blanche Petrich y Epigmenio Ibarra, La Jornada, 31 de enero, p. 10. Cf. boletín de la Sedena en El Día, 2 de enero. Marcos, por su parte, en entrevista con Blanche Petrich y Elio Henríquez (cit., se publicó completa del 4 al 7 de febrero), dice: "No sé quién estaba al mando de Rancho Nuevo... pero el que estuvo hizo bien, se defendió bien. Nosotros fingimos atacar por el flanco derecho para atacar por los dos lados, pero ellos se defendieron por los dos lados también. Entonces cuando mandamos a una patrulla a chocar, se da el choque, hay muertos de los dos lados y nosotros lo que hacemos es lo que todo ejército perfectamente bien entrenado, alimentado y disciplinado hace, que es correr. Nos desbarataron la ofensiva, pues".

[22]

Isabel Arvide, op. cit., p. 27.

[23]

Ibid., pp. 24 y 28. El Ejército Mexicano reconoció, para los doce días de guerra, un total de 14 muertos y 44 heridos en sus filas. Marcos dijo, en la entrevista citada de Petrich y Henríquez, que los servicios de inteligencia del EZLN habían reportado que "hasta el 15 de enero había 180 cadáveres de federales en la VII Región Militar de Tuxtla Gutiérrez", pero que no tenía confirmación.

[24]

La Jornada, Chiapas. El alzamiento, La Jornada Ediciones, México, 1994, pp. 42 y 74. Cf. El Financiero, 13 de enero. Para calcular el número de soldados de los batallones que llegaron a Ocosingo, me baso en cifras que se dan en otras partes respecto de batallones del Ejército Mexicano compuestos por 600 elementos, pero no poseo información precisa del número de soldados que efectivamente actuó en Ocosingo. Tampoco se sabe, por otra parte, el número preciso de combatientes zapatistas que luchó en la batalla de Ocosingo.

[25]

Arvide, op. cit., p. 29.

[26]

El Financiero, 5 de enero, p. 42.

[27]

Las citas del mayor Gallegos y del general López Ortiz, en Arvide, op. cit., pp. 30-31.

[28]

Entrevista citada con Petrich e Ibarra; cf. El Financiero, 5 de enero. Marcos, en entrevista citada con Petrich y Henríquez, explicó la batalla de Ocosingo: "Nosotros teníamos el plan de que cada cabecera municipal tenía que irse desalojando sin choque... Rancho Nuevo está fijo, porque lo acabamos de chocar para permitir una retirada ordenada... Pero el ejército manda una fuerza por Palenque, cuando no la esperábamos, por errores tácticos, y cuando se da el repliegue entra el ejército y choca contra nuestra barrera de contención y les pasa a ellos lo que a nosotros en Rancho Nuevo, los desbaratamos y dispersamos [...] la tropa que toma Ocosingo, que es una fuerza muy grande. Se va retirando en etapas y aparece el problema de los civiles... Los civiles se mezclan con nuestra tropa... Y entonces los agarran en esa ratonera que fue el mercado. Nuestra tropa estaba posicionada pero no podía dejar a los civiles ahí... Para sacar a los civiles nuestros francotiradores empiezan a hacer fuego y a causar bajas en el ejército y ahí el enemigo ubica a los que teníamos y nos empieza a morterear..."

[29]

Boletines números 5 y 6 de la Sedena, en El Día, 6 de enero.

[30]

Ibid., y Chiapas. El alzamiento, cit., p. 134.

[31]

El Día, 5 y 6 de enero.

[32]

Con información de Excélsior, La Jornada y El Día. Cf. boletín de la Sedena, El Día, 12 de enero, en donde detalla los ataques aéreos: 5 de enero, 2 ataques sobre el Cerro del Extranjero; 7 de enero, ataque sobre Tzontehuitz; 9 de enero, ataque a 18 km de Ocosingo; 10 de enero, ataque a 7 km al sur de El Bosque; 11 de enero, ataque a 5 km al suroeste de Nuevo Momón y otro ataque al oeste del mismo poblado.

[33]

La Jornada, 5 y 6 de enero. Es lamentable que el Ejército Mexicano se cierre como cuerpo y no promueva los castigos a que se hagan acreedores aquellos de sus elementos que se compruebe que cometen violaciones a los derechos humanos. Una actitud así sería en su honor y no en su demérito.

[34]

La Jornada, 5 de enero.

[35]

Las violaciones más graves a los derechos humanos pudieron ser documentadas. Para un resumen, véase Proceso, 19 de diciembre, pp. 10-11.

[36]

"Comunicado del CCRI-Comandancia General del EZLN del 13 de enero de 1994", en EZLN, Documentos y comunicados, prólogo de Antonio García de León y crónicas de Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, Era, México, 1994.

[37]

Marcos, "Palabras...", cit., p. 18.

[38]

Chiapas. El alzamiento, cit., pp. 315, 316 y 369.

[39]

Arvide, cit, pp. 64 y 66. El general Absalón Castellanos, sometido a juicio por los zapatistas, sería posteriormente liberado.

[40]

Marcos, "Palabras...", cit.

[41]

"Por supuesto", escribía Max Weber, "la coacción no es en modo alguno el medio normal o único del Estado -nada de esto- pero sí su medio específico... El Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio -el concepto del ‘territorio’ es esencial a la definición- reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima (es decir: considerada legítima)", Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 1056.


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