Chiapas
3


Catherine Héau-Lambert
Algunas reflexiones acerca del libro de Thomas Benjamin, Chiapas: tierra rica, pueblo pobre *

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Presentación

Bolívar Echeverría,
Lo político y la política

Márgara Millán,
Las zapatistas de fin de milenio. Hacia políticas de autorrepresentación de las mujeres indígenas

Carlos Monsiváis,
Cultura y transición democrática

John Holloway,
La resonancia del zapatismo

Rubén Jiménez Ricárdez,
Las razones de la sublevación

Foro especial para la Reforma del Estado

Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo


PARA EL ARCHIVO

Catherine Héau-Lambert,
A propósito de Chiapas, tierra rica, pueblo pobre, de Thomas Benjamin

Juan Gelman,
"Nada que ver con las armas". Entrevista exclusiva con el subcomandante Marcos


TESTIMONIO

Armando Bartra,
Historia de los otros Chiapas: los Mesino de El Escorpión


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1. El concepto de larga duración acuñado por Fernand Braudel en los años cincuenta renovó la tradición historiográfica tan arraigada en México de periodizar la historia nacional a partir de sus revoluciones. En un país como México tan pródigo en "revoluciones" se tendía a ver la historia como una sucesión de cuartelazos que implicaban igual cantidad de rupturas temporales. El caso más paradigmático sería el de José María Luis Mora y su México y sus revoluciones.

La adopción del concepto de larga duración tiene una repercusión directa en la interpretación de la revolución de 1910. El uso político del concepto de larga duración volvió superfluo el concepto de revolución como ruptura e instauración de nouveau régime.[1]

El libro de Thomas Benjamin pretende ubicarse en el linaje en boga de la larga duración insistiendo en la perennidad de los finqueros ricos y del pueblo pobre más allá de las grandes convulsiones históricas. Empero, como lo veremos posteriormente, su propia investigación desmiente lo adecuado de un método únicamente enfocado en resaltar las continuidades. Abordajes semejantes han dado lugar a interpretaciones de la historia de México fundadas en la permanencia de acciones colectivas como podría serlo la violencia. Es el caso de Paul Vanderwood para quien la violencia ejercida por los revolucionarios de 1910 es de signo idéntico a la violencia de los gavilleros y bandidos que asolaron al país durante el siglo XIX.[2]

Ya no se trató de la violencia del poder institucionalizada, sino de la violencia desordenada de los bandoleros, caciques y promotores de golpes de estado. Benjamin retoma el concepto para ubicar la larga duración chiapaneca en el afán de sus finqueros por construir, modernizar, expandir y mantener una fuerte agricultura comercial. Antonio García de León, otro estudioso de Chiapas, ubica a su vez como constante de su historia, la resistencia campesina.[3]

Para resolver el dilema tradicional de la historiografía de la revolución, ruptura o larga duración, Benjamin se remite a Hans Werner Tobler quien plantea la "continuidad básica en el desarrollo del país desde el Porfiriato". Benjamin concluye: "La respuesta a la pregunta de Tobler es clara e inequívoca: reina la continuidad" (p. 23) y remata: "En un análisis final, la Revolución en Chiapas no fue sino un capítulo en el proceso histórico más amplio de modernización y reforma dirigidas por la élite"(p. 24).

Sin embargo, el desarrollo del libro crea una paradoja. Por un lado, se plantea analizar la historia de Chiapas en la larga duración, lo que explícitamente achica el papel de la Revolución mexicana en la historia de Chiapas, pero, por otro lado, el autor otorga, implícitamente, un rol fundacional a la Revolución mexicana cuando la ubica como parteaguas del surgimiento de las clases bajas en la historia chiapaneca.

La parte consagrada al siglo XIX trata de la historia de las élites: las disputas entre los San Cristobalenses y los Tuxtlecos. Al llegar al episodio de la Revolución, Benjamin nos ofrece una detallada historia de los sucesivos gobiernos militares que trajeron la revolución desde afuera e hicieron aplicar una política social que abrió paso a la entrada en escena de los de abajo. La historia posrevolucionaria ya no es una historia de élites, ni una historia militar, sino la historia social de Chiapas.

Esta paradoja, no resuelta por Benjamin, entre un planteamiento teórico que pregona una continuidad histórica sin rupturas pero que no puede negar la transcendencia de un movimiento político como lo fue la revolución de 1910, cuando pasa al análisis de los hechos, revela a todas luces el problema de los historiadores, llamados por Knight, "revisionistas".[4] Después de 1910 surgen nuevos actores en el escenario chiapaneco, aun cuando las élites locales suban tardíamente al tren del gobierno revolucionario de manera a recuperar el control de las "masas populares", tema objeto de la tercera parte del libro.


2. En un largo prólogo, Benjamin analiza el sentimiento de localismo muy arraigado que priva en esta lejana provincia mexicana donde prevaleció una rigurosa separación de castas. Durante el siglo XIX "los terratenientes del Valle Central se hicieron liberales, mientras la oligarquía de los Altos Centrales, incluido el clero, se tornaron conservadores" (p. 41). Pero más allá de sus rivalidades políticas

ambas facciones buscaron controlar más tierra en sus respectivas regiones, aunque por razones distintas y acordaron dos leyes agrarias que la legislatura provincial decretó en 1826 y 1832. Estas leyes definían la extensión legal máxima de los ejidos (los terrenos comunales del poblado) según el número de habitantes y abrieron la titulación de los terrenos baldíos (las "tierras vacantes" que circundaban las comunidades indias, mantenidas bajo la custodia de la Corona para proteger la posesión de los indios) a particulares. Estas leyes permitieron e incluso alentaron que las élites ladinas (los no indios) titularan para sí lo que se había considerado hasta entonces como tierras indias tanto en los Altos Centrales como en el Valle Central. Los terratenientes de las tierras bajas trabajaron la tierra en la producción directa para el mercado, mientras los terratenientes cristobalenses se apropiaron de las milpas de los indios, forzando a muchos a convertirse en trabajadores asalariados y aparceros (p. 41).

A partir de los años de 1870, los productos chiapanecos (café, cacao, algodón, azúcar y caoba) cobraron gran auge en el mercado internacional, lo que requirió fortalecer la estructura administrativa estatal para dotar al estado de la infraestructura material mínima que permitiera exportar en grande.


3. La primera parte narra, precisamente, los "esfuerzos de gobernadores enérgicos, el llamado caciquismo ilustrado, que intentaron desarrollar económicamente al estado entre la última década del siglo pasado y la primera de éste" (p. 24). Es la época de la modernización que abarca de 1890 a 1910. Así la subtitula Benjamin: "o la carrera pública, los celebrados éxitos y los costos sociales del caciquismo ilustrado".

El autor analiza cuidadosamente las rivalidades económicas que pronto degeneraron en pleitos políticos entre finqueros de alcurnia dueños de las Tierras Frías y finqueros modernizadores y comerciantes, noveles colonizadores de las tierras liberadas por la Reforma, sobre todo en la Tierra Caliente. Estas luchas entre élites se reflejan en el deambular de la capital del Estado cuyo gobierno peregrina entre San Cristóbal y Tuxtla Gutiérrez, según la coyuntura política. Los finqueros conservadores y tradicionales se aferran a San Cristóbal, mientras que los liberales de nuevo cuño se asientan en Tuxtla. "El poder de la familia chiapaneca, un grupo económico y no una clase social, se tradujo con frecuencia en habilidad para usar al gobierno en la promoción de sus intereses" (p. 23). Ahí podemos lamentar que la boga antimarxista lleve a Benjamin a negar el concepto de clase para sustituirlo por el de "grupo económico" sin explicitar las razones de tal elección. Es notable, sin embargo, que Benjamin recurra al término de clase cuando analiza el período posrevolucionario ¿Si la Revolución mexicana no fue tan relevante en el reordenamiento social de los grupos en el poder, por qué entonces, hablar de élites primero y luego de clase social?

En cuanto a los "costos sociales" del auge porfirista, el autor los menciona de paso, pero no ahonda en ellos: "en Chiapas modernidad y miseria avanzan juntas" (p. 112). Los indios aparecen en la obra como objetos en disputa, manzanas de la discordia entre terratenientes que se disputan acérrimamente esta mano de obra barata y dócil. El peonaje por deuda se institucionaliza y tiene éxito en atar al campesino a la finca. En este período aparecen como actores pasivos de su historia pero finalmente serán despertados por la Revolución que "se coló a Chiapas con su impulso" (p. 23).


4. La segunda parte del libro trata de la revolución (1910-1920) o "las infortunadas convulsiones, privadas y ajenas, de la familia chiapaneca". En Chiapas el porfirismo representó la modernización y a los "progresistas" contra los conservadores de San Cristóbal. Al estallar la revolución caen los porfiristas y sus aliados del Soconusco. Ante la ausencia de anti-reeleccionistas, la oligarquía de San Cristóbal se declara maderista en 1911 por el solo hecho de ser anti-porfiristas. Como bien dice Benjamin: "la política no fue asunto de clase o raza, sino de geografía económica" (p. 29). La revolución propició la revancha de San Cristóbal sobre Tuxtla Gutiérrez. Aquí también la revolución vino de afuera[5] y fue recuperada por las élites. En la contienda política, generales van, generales vienen con su secuela de leyes sociales desde 1912 y una reforma más profunda en 1915 con el general Castro que provoca una fuerte reacción de la "mapachada" contra Carranza.

El distante Chiapas se vio arrastrado a la tormenta por el vacío de poder creado por el derrocamiento de Porfirio Díaz en 1911. La primera 'revolución' en Chiapas implicó un intento de las élites cristobalenses por derrocar el poder político del Valle Central y regresar los poderes del estado a San Cristóbal de Las Casas. Los agricultores y comerciantes modernizantes de Tuxtla Gutiérrez y de las tierras bajas lucharon con éxito en contra de este reto tradicionalista. La segunda 'revolución', una invasión del ejército mexicano proveniente del norte ocurrida en 1914, intentó colocar a Chiapas bajo el control del movimiento constitucionalista, más tarde gobierno nacional de Venustiano Carranza. El vandalismo reformista del carrancismo incendió la tercera 'revolución', la rebelión de los terratenientes periféricos en defensa de sus propiedades, usanzas laborales y autonomía regional. (pp. 119-120).

Benjamin advierte que "por accidente, el 'pueblo' se había politizado" (p. 120), sin embargo, explica muy bien el peso del sistema coercitivo porfirista. Bien sabemos que la coerción nunca es gratuita, sino respuesta a tensiones sociales y focos de descontento. Lo que deja suponer una resistencia indígena cuya politización entonces no fue accidental, sino que la revolución resultó ser la primera brecha del sistema por donde pudieron finalmente deslizar y expresar su descontento. Las más de las veces los movimientos populares aprovechan estratégicamente las "fisuras" del sistema,[6] en vez de llegar al enfrentamiento brutal siempre considerado como último recurso ante la sordera y ceguera de las élites. Una de esas brechas resultó ser la rivalidad entre las élites modernizadoras que defendían su progreso "contra la alianza retrógrada de los terratenientes clericales y los indios separatistas y comunalistas" (p. 140). En efecto, las comunidades indígenas eran conscientes de que su relativa autonomía política peligraba más con los liberales que con los conservadores. Cuando se hace la historia desde arriba, se asocia por lo tanto, a los indios con la reacción y como tal quedan descalificados y prácticamente expulsados o excluidos de la historia nacional. Benjamin ve en la Revolución chiapaneca tres conflictos: la región contra el centro nacional (ahí ubica la lucha indígena pro defensa de sus comunidades), algunos finqueros contra otros finqueros y, en alguna medida, campesinos y trabajadores contra los terratenientes. "Chiapas experimentó los 'efectos' de la Revolución, pero no se revolucionó a sí mismo" (p. 141). "La Revolución en Chiapas fue, entre otras cosas, un conflicto al interior de la élite, entre el segmento que cooperaba y se integró al movimiento carrancista y otro segmento que rechazaba cualquier intromisión de fuera" (p. 156). Sin embargo, en 1919, se funda en Motozintla el primer partido socialista de Chiapas. De "revolucionados"[7] los campesinos pasaron a ser revolucionarios. La conciencia política no brota de un día para otro, por lo tanto, parece ser que por debajo de las olas producidas por la Revolución desde arriba, se fomentaba otra revolución desde abajo, que será rápidamente desvirtuada y cancelada por la hábil política reformista del gobierno federal que sigue apoyando a los finqueros. Es el tema de la Tercera Parte de la obra de Benjamin: Movilización, 1920-1950 (o la organización revolucionaria de las "masas populares" en su propia marginación económica y política).


5. En este período, Benjamin analiza el drama de muchos movimientos populares que al buscar "un protector generoso" se dejan atrapar por los engranajes del sistema político y acaban cooptados y engañados, propiciando así el surgimiento de un nuevo grupo de caciques indígenas. En hora buena, el autor toma en cuenta a los obreros y campesinos a partir del momento en que se les otorga un rol político, es decir, cuando apoyan al gobernador Vidal y al gobierno federal y fungen como base de los gobiernos estatales: "la movilización de masas y la reforma, controladas por el gobierno, compraron una base política y un poder regional" (p. 194). Sin embargo, los finqueros logran evitar una reforma agraria a gran escala. Durante el cardenismo, los enfrentamientos entre finqueros y campesinos se agudizan. Benjamin los reseña cuidadosamente, probablemente porque ya dispone de amplias fuentes escritas, lo que no fue el caso en lo relativo a los movimientos indígenas del porfiriato.

Entre 1940 y 1970, "el gobierno y los finqueros son la misma cosa" y Chiapas experimenta una considerable expansión económica: la ganadería marcó el rumbo (p. 250), pero esta expansión fue mucho más benéfica para los terratenientes que para los ejidatarios (p. 252). Chiapas sigue siendo la tierra rica de un pueblo pobre. A partir de los años setenta, madura "una guerra agraria de bajo nivel, localista y sangrienta" (p. 256) en que los líderes campesinos son sistemáticamente asesinados. La explosión demográfica, la falta de recursos para los ejidos y la mala calidad de sus tierras propician una fuerte migración de mano de obra barata hacia las grandes fincas comerciales.

Es notable que durante este período se haya gestado un importante grupo de minifundistas, lo que diversifica el espectro social chiapaneco. "Dentro del sector agrícola privado, dos clases coexistían, una muy pobre y la otra muy rica. Para 1960, los minifundistas, aquellos propietarios con parcelas menores de diez hectáreas y que constituían casi la mitad de los terratenientes, ocupaban menos del 1 por ciento de toda la tierra. Los latifundistas, los grandes propietarios con parcelas de más de mil hectáreas y que constituían sólo el 2.4 por ciento de los terratenientes, poseían cerca del 60 por ciento de la tierra. Tan sólo 44 fincas monopolizaban el 25 por ciento de la tierra" (p. 252).


6. En epílogo, Benjamin nos proporciona un minucioso recuento de las organizaciones populares que aglutinan a muchos ejidos, por encima de las diferencias étnicas y lingüísticas. El ejército se encarga de reprimirlas duramente. El autor titula los ochenta como "una escalada represiva", sin embargo esto no fue un freno para los campesinos. En los noventa, los programas asistenciales del gobierno parecen "tener más una función política que económica" (p. 277) ya que ignoran a las comunidades y organizaciones independientes. En colofón, Benjamin describe el "despertar" del primero de enero de 1994.

Este libro inicia con un cuidadoso recuento de los gobiernos de finqueros durante el Porfiriato y termina con un igualmente minucioso recuento de las organizaciones campesinas en lucha por la tierra así como de la represión que la acompaña. La parte dedicada a la historia lejana es una tradicional historia política, mientras que la realidad contemporánea no pudo dejar insensible al historiador quien puso su talento al servicio de una historia social del Chiapas moderno.


Notas:

[*]

Thomas Benjamin, Chiapas: tierra rica, pueblo pobre, Grijalbo, México, 1995.

[1]

Véase François Furet, Penser la Révolution, Gallimard, París, 1978.

[2]

Paul Vanderwood, "Explicando la Revolución Mexicana", en Secuencia, n. 13, Instituto Mora, México, 1989; la crítica a estas interpretaciones teóricas ha sido formulada por Theda Skocpol.

[3]

Antonio García de León, Resistencia y utopía, t. II, Era, México, varias ediciones.

[4]

Alan Knight, "Interpretaciones recientes de la revolución mexicana", en Secuencia, n. 13, Instituto Mora, enero-abril de 1989, México, pp. 23-43.

[5]

Referencia al libro Revolución desde afuera de Gilbert Joseph, quien titula de esta manera paradójica su estudio de la revolución en Yucatán, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

[6]

Estamos echando mano aquí del método de la microhistoria italiana tal como lo ha ejemplificado Giovanni Levi en su libro La herencia inmaterial, publicado en Francia.

[7]

Expresión tomada de Luis González y González.


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Chiapas 3
1996 (México: ERA-IIEc)


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