Los momentos críticos de la historia de la humanidad, escenario a la vez de grandes catástrofes y de grandes transformaciones, son siempre momentos de profundas rupturas y de creación de nuevos horizontes.
En el inicio del tercer milenio, las fuerzas destructivas de la humanidad y las pretensiones de poder absoluto amenazan con arrebatarle a la vida todos los sentidos. Y es en este mismo momento cuando emergen con fuerza viejas resistencias con nuevos significados, cuando los límites se empiezan a romper para dar cauce a la memoria y a la imaginación, a las subjetividades oprimidas y a la reconstrucción del mundo como comunidad de comunidades.
La guerra del poder es infinita y multidimensional. Asume ropajes más abiertamente militares en Afganistán, Palestina y Colombia; económicos en Argentina y Cuba; golpistas en Venezuela y Timor; culturales en Kosovo, pero en todos estos lugares, como en Chiapas, el carácter contrainsurgente de las relaciones del poder con la población es una constante. Los mecanismos son variados, se combinan en proporciones, intensidades y estilos diversos, se encubren o se destacan pero siempre persiguen el sometimiento del otro.
Y dentro del juego de poderes que amenaza con destruir al mundo, el Plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia, el Plan Andino Amazónico y el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, conjuntamente con la bancarrota provocada de Argentina y la instalación de bases militares (y la realización de ejercicios y simulacros) en puntos estratégicos del continente americano, conforman toda una estrategia de reposicionamiento y redefinición de los hilos del poder en América como soportes de la hegemonía de Estados Unidos.
La presencia militar, económica, financiera, política y cultural del poder hegemónico es apabullante. Su ostentación ha alcanzado niveles de delirio y esto hace que se perciba mucho más la dominación que la resistencia. Sin embargo, de manera más discreta pero igualmente contundente las calles se han ido llenando de rebeldes. Desde las montañas del sureste mexicano hasta Plaza de Mayo en Buenos Aires resoplan aires de batalla.
A pesar de la omnipresencia del poder, las estructuras políticas han entrado en crisis en todos los países latinoamericanos. El sistema pierde legitimidad con la misma velocidad con la que ha ido esparciendo miseria material y moral. Y al reclamo autogestivo de "que se vayan todos" que lleva a las comunidades barriales argentinas a reconstruirse en una organización social no monetizada creando panaderías, escuelas, carpinterías y bibliotecas comunitarias, lo anteceden e inspiran las barricadas populares que en su lucha contra la privatización del agua generaron articulaciones entre los diferentes sectores que componen la sociedad cochabambina para derrotar el acuerdo entre la transnacional Bechtel y el gobierno boliviano y para defender, desde entonces, no sólo el agua sino la vida. Lo nutren las marchas y ocupaciones de los campesinos sin tierra de Brasil, el levantamiento popular en Ecuador y las repetidas revueltas en contra de las políticas neoliberales en Paraguay, Uruguay y Perú. Y lo acompaña, de manera muy evidente, el andar autónomo zapatista que ha permitido a los más pequeños detener el Plan Puebla-Panamá y el saqueo de los territorios del sureste de México.
La cultura política democrática y respetuosa de la diversidad que forma parte del discurso y la práctica zapatistas se dibuja a su manera en los barrios de Solano, en las cooperativas de gestión de servicios públicos en varios poblados latinoamericanos, en las experiencias barriales de Cochabamba, en la organización de barricadas, de mercados de trueque, de recuperación de tierras, de manejo de las asambleas y de lucha por la educación pública. Será en parte porque en todos se respira dignidad.
Pero sabemos que es un largo camino, y además de los cambios de mentalidad y de conducta colectiva que exige esta democracia del "para todos todo" y del "mandar obedeciendo", es necesario enfrentar, disuadir o deconstruir los proyectos y las estrategias de dominación que se despliegan hoy con fuerza implacable. En ese sentido la lucha contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, contra la militarización de la vida cotidiana, por la validación constitucional de la Ley Cocopa y por la autodeterminación en todas partes son diferentes dimensiones de una misma lucha por que la humanidad tenga futuro, un futuro de libertad que se forja en los municipios autónomos de Chiapas, en los Foros Sociales mundiales y continentales, en luchas como la de Atenco y en las calles y plazas donde se entrelazan luchas y esperanzas, sueños y voluntades.
Estamos en un momento de grandes desafíos, habrá que ser humildes para construir grandes transformaciones en nuestros pequeños espacios. Habrá que tener la fuerza y el tesón de los más pequeños. Habrá que inventar nuestros propios tiempos de libertad.