"¡Corre compañera que nos cargan!" Todo se movía tan rápido, y los heridos, y las mujeres asfixiándose con el gas lacrimógeno, y yo que perdí la noción por tanto gas pero que me regresó cuando los disparos se oyeron tan cerca. Es 26 de junio, una de la tarde, corremos por avenida Pavón, es Buenos Aires, es Argentina.
Ese miércoles, diferentes fracciones del movimiento piquetero tomarían las calles de esta capital. Estaban previstos siete cierres de rutas. A la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, al Bloque Nacional Piquetero y al Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados les tocó la responsabilidad y el riesgo de cerrar el puente Pueyrredón, en Avellaneda, la frontera entre Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
La jornada tenía como exigencias el aumento salarial para los trabajadores ocupados, incremento presupuestal para el subsidio al desempleo -de 150 pesos (40 dólares) mensuales por familia actualmente-, conocido como Plan Trabajar. También se pedía la implantación de un plan alimentario a nivel nacional, otro para la educación y la salud y el cese a la represión contra los movimientos populares en Argentina.
Los voceros del MTD[1] Solano, uno de los trece barrios que integran la Coordinadora Aníbal Verón, dijeron también que todas sus movilizaciones tienen como bandera el repudio a las políticas del FMI aplicadas a su país. En Solano, apenas tres días antes del piquete, una niña de cuatro años murió por desnutrición.
El ambiente previo a ese miércoles era tenso, el gobierno de Duhalde había advertido que reprimiría todo corte de ruta "para garantizar la libertad de los trabajadores para llegar a sus empleos".
Después de los sucesos, el MTD reflexiona y asegura: "Estamos convencidos que la represión estaba programada, por eso hubo infiltrados dentro de las columnas piqueteras".
El martes por la noche uno de los desocupados de ese barrio me dijo que no creía en la suerte, pero este miércoles ella parecía estar de su lado: aunque el roce de una bala le abrió una herida por arriba del ojo izquierdo y lleva una camisa ensangrentada que delata su afiliación a quienes reclaman trabajo y pan, la policía no lo ve en el transcurso de la cacería de brujas que tiene lugar en todos los barrios aledaños al puente Pueyrredón.
Suerte tuvo de no ser detenido, de no llevar una bala en el cuerpo, de no intoxicarse, de no perder la calma, de llegar a Solano a las tres de la tarde luego de caminar hora y media escondiéndose de la policía que rodeaba toda la zona.
¿Cómo empezó todo esto?, lo último que escuché fue la tonadita de "¡Pi-que-teros, carajo, pi-que-teros!" acompañada con batucadas por los jóvenes que aseguran: "Este sistema nunca nos preguntó cómo nos llamábamos, nunca se interesó por cómo se mueren los chiquitos de hambre", y que ante la pregunta de por qué se tapan el rostro, responden tajantes: "los desocupados que cortamos rutas nos tapamos la cara por seguridad y por una cuestión de mística; nosotros decimos que el gobierno jamás se ha preocupado por ver que tenemos rostros de hambre, de miseria o de muerte".
En Pueyrredón, dos contingentes se encontraron separados por una valla de policía. Alguien dio un paso en falso y listo, el espectáculo que los medios de comunicación esperaban se desató. Gases, balas de goma y plomo, golpizas que le rompieron los huesos a más de una piquetera o piquetero. Y es que cuando la columna de casi quinientos manifestantes entró al puente, los desocupados quedaron cercados por cuatro grupos policiacos: gendarmería, prefectura, la policía bonaerense y la federal.
En el suelo está Ángela, la chica de diecinueve años que antes de comenzar a avanzar me contestó a la pregunta de por qué era piquetera con una frase sencilla: "Por el futuro". Tiene los ojos llenos de llanto y no se sabe si es por la rabia, por el gas o por las piernas que no le responden para seguir corriendo.
Sus compañeros se detienen a ayudarla, la sujetan y la tratan de apartar de lo inapartable: un operativo policiaco de dos mil efectivos con orden de reprimir todo intento de cierre de rutas. Un error político de Duhalde y la policía bonaerense que días después provocaría incluso el adelanto de las elecciones presidenciales y la destitución del secretario de seguridad interior de esa provincia, Juan José Álvarez.
Más adelante están tres viejos, dos mujeres y un hombre; se ve que no acataron las medidas de seguridad que sugerían a los más débiles no asistir a la movilización y esperar en los "galpones" o centros de reunión de los desocupados, "por si las dudas". Una de las mujeres es sujetada por los otros dos viejos, el gas la está asfixiando.
Otra mina (muchacha) lleva encima una cámara de video para probar que esto no es un enfrentamiento entre piqueteros y policías, es una trampa que tendió la clase política a esta gente para que sirva de aviso y advertencia a toda forma de disidencia: es la ¿política? de tolerancia cero.
Y pasamos la zona nublada por los gases y el compañero Darío, un chico de dieciocho años que la noche anterior me platicó las estrategias generales de la comisión de seguridad con tantas ganas que parecía festivo, saca un cigarro y dice: "Para que pase el dolor, mire mi cola compañera, me la agujerearon", tiene un balazo en la entrepierna que sangra pero sigue corriendo... en un momento lo perdemos...
Esa sangre y el sonido rasante evidencian que las balas no son de goma.
Pasamos por una gasolinera y delante de un colectivo (microbús) prendido en llamas, hace cinco minutos que dejamos la estación de tren de Avellaneda, ésa donde dos piqueteros fueron asesinados por la "maldita policía", el sobrenombre más popular de la policía bonaerense. Eran Darío Santillán del barrio Lanús, veintiún años, y Maximiliano Kosteki, del barrio Guernika, veinticinco años. Ambos trabajadores desocupados que recuperaron su sentido social cuando comenzaron a "laburar" en los talleres productivos de sus barrios.
La gente va caminando, el caos reina mientras un estudiante de la escuela de filosofía de la UBA[2] me pide limón para aminorar los efectos del gas lacrimógeno.
Y de pronto todos a correr; ¡a correr! y la cana (la policía) avanzando sobre camionetas una vez que logró romper la última columna de piqueteros conteniendo la embestida contra el contingente. Corrimos por callecitas, por avenidas, entramos a un terreno que guarda los trenes viejos, y por abajo de los trenes y por encima de ellos y la policía a unos pasos, y balas de goma o metal, no había tiempo de detenerse a recoger cartuchos.
Salimos de las vías y seguíamos siendo muchos, todavía nos restaban cuarenta cuadras por escondernos porque camionetas sin placas y hombres de civil levantaban a toda persona que "pasara por piquetero".
Las noticias comenzaban a fluir por los celulares: "Andan cazando gente, ya mataron a dos piqueteros, hay muchos heridos".
Al final, luego de hora y media, subimos a un colectivo para llegar hasta un barrio cercano. Íbamos bastante fuertes todavía, caminamos y caminamos en territorio propio, el de los piqueteros, muchas casas estaban vacías.
Llegamos al galpón de Solano. La televisión mostraba imágenes que delataban que la embestida policial era cosa planeada. En el Hospital Fiorito llegaban heridos y la policía esperaba ya a los familiares para detenerlos. Pocos se acercaron y, de entre los pocos, uno de ellos golpeó frente a las cámaras al comisario Franchiotti, el hombre que, después se sabría, disparó a quemarropa contra Darío Santillán en la estación Avellaneda y que hoy está detenido cumpliendo el papel de chivo expiatorio para aminorar los ánimos de una audiencia conmocionada.
El jueves 27 de junio la muerte de los dos piqueteros había convocado ya la indignación de los argentinos; hubo juego mediático para pintar realidades absurdas, como que "la catástrofe del puente Pueyrredón resultó del enfrentamiento entre piqueteros violentos y subversivos".
Esta versión de un enfrentamiento entre iguales se desvaneció cuando un fotógrafo independiente mostró las pruebas del asesinato de los desocupados a manos de policías, y la competencia por la credibilidad fue develando una represión pensada y orquestada desde los altos mandos de la política argentina.
Mientras, los piqueteros velaban a sus muertos. En el entierro de Darío, sus amigos, que apenas un día antes sacaron las garras para defender hasta donde pudieron a su gente, a su familia, a los MTD, se doblaban llorando como niños y se abrazaban entre todos afirmando: "No buscamos revancha, no queremos venganza, exigimos justicia".
¿Quiénes son y qué demandan los desocupados?
Hoy día existen cuatro grandes organizaciones de desocupados: la Coordinadora Aníbal Verón, que resulta de una escisión del Bloque Nacional Piquetero en 1999, la Federación por la Tierra y la Vivienda (FTV) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
Divididos en dos grandes grupos, la Aníbal Verón y el Bloque Nacional Piquetero, se diferencian de la FTV y la CCC por los mecanismos de interlocución que mantienen con el estado.
El primero de los grupos, que apuesta a la horizontalidad en la toma de decisiones, no dispone de dirigencias identificables. La rotación de representantes es condición suficiente para que las instancias encargadas de la designación y el reparto de los planes asistenciales no puedan establecer un diálogo con ellos como el que mantienen con la FTV y la CCC, organizadas jerárquicamente.
Ésta es la causa que lleva a la Coordinadora Aníbal Verón y al Bloque Nacional Piquetero a ser identificados como los piqueteros más "radicales", porque para ser escuchados han tenido que recurrir a reiterados cortes de ruta y tomas de edificios públicos.
El miércoles trágico fueron ellos los que pusieron los muertos y, de ahí para adelante, muchas son las voces que buscan capitalizar esa pérdida de vidas para reconfigurar el mapa político de una sociedad en la que 50% de su población vive por debajo de la línea de la pobreza.
La Coordinadora Aníbal Verón
El MTD, organización que agrupa a trece barrios del conurbano bonaerense bajo la Coordinadora Aníbal Verón, define la dignidad, el trabajo y el cambio social como sus demandas centrales y enfatiza que el piquete o corte de ruta es apenas una herramienta de lucha y no su fin.
Entrevistados después de "la masacre de Avellaneda", como ellos llaman a la jornada represiva en el puente Pueyrredón, los voceros del MTD explican que su movimiento surge como respuesta al manejo despótico de los programas asistenciales que creara Duhalde cuando fungió como gobernador de Buenos Aires, y resumen los principios que rigen al MTD: "Empezamos pues con las asambleas, el órgano en el que se deciden todas las estrategias. Definimos roles pero eso no implica jerarquías. Tenemos como principio la autonomía, la democracia directa y la horizontalidad".
Organizados territorialmente, los desocupados sentencian: "Somos protagonistas de la historia que queremos cambiar. Los recursos que obtenemos no son caridad, son resultado de la lucha. Tenemos claro que lo que hoy estamos viviendo es el comienzo de la sociedad que queremos vivir, que no vamos a esperar una revolución triunfante ni una vanguardia para que nos diga que vamos a ser felices. No esperamos que en un futuro venga la felicidad sino que ya la comenzamos a construir".
Con su definición propia del concepto de autonomía, los integrantes de la comisión de prensa del MTD detallan que "Autonomía es la no injerencia de los partidos políticos, es la independencia de toda estructura; autonomía es un cambio en la subjetividad, en los patrones de convivencia social. Es la herramienta para erradicar la opresión. Trabajando a través de la educación popular y consolidando los talleres productivos, nosotros somos autónomos porque estamos combatiendo la opresión y la explotación".
Explican además que la Aníbal Verón busca rebasar la dependencia económica de los planes asistenciales, apostando a la autosuficiencia, que están construyendo "a través de talleres productivos y de capacitación que armamos con una parte del dinero de los Planes Trabajar que colectivizamos y mediante cuotas mensuales de 10 pesos (2.5 dólares) que cada compañero aporta para ser reinvertido".
También hablan las mujeres del MTD, dicen que este movimiento tiene un alto grado de participación femenina; "esto se da porque mientras el hombre despedido busca trabajo a destajo, ‘changas’, las mujeres tenemos que asumir el rol de subsistir y comenzamos a asistir a las asambleas que mantenemos una vez por semana desde 1997. Nosotras luchamos por el trabajo, no por planes de subsidio".
Habla por último uno de los piqueteros responsables de coordinar la seguridad en los cierres de rutas. Ante la pregunta de qué ánimo impera en el MTD después de la masacre de Avellaneda, que dejó como saldo más de doscientos heridos y un profundo descontento social, responde: "Nos sentimos con mucha bronca porque fue una cacería humana, me hizo recordar cuando cazaba liebres; estoy muy dolido pero nosotros decimos que no hay que bajar los brazos. Hay que seguir luchando por la memoria de los compañeros y el futuro de nuestros hijos, porque yo no quiero que mi hijo haga lo que estoy haciendo yo, quiero que mi hijo y los hijos de todos tengan un laburo digno".
Notas:
[1] |
Movimiento de Trabajadores Desocupados. |
[2] |
Universidad de Buenos Aires.
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