Chiapas
14


Claudia Korol
El tiempo subversivo de los intentos y el deseo

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Presentación

Carlos Walter Porto Gonçalves,
Latifundios genéticos y existencia indígena

Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert,
En la antesala del Plan Puebla-Panamá: Tehuantepec en el siglo XIX

Jaime Estay,
ALCA: el paraíso de los inversionistas

Entrevista de Ana Esther Ceceña con Gabriel Herbas,
La guerra del agua en Cochabamba

Claudia Korol,
El tiempo subversivo de los intentos y el deseo


DEBATE

Giovanni Arrighi,
Linajes imperiales: sobre Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri


PARA EL ARCHIVO

Gudrun Lenkersdorf,
Gobiernos concejiles entre los mayas: tradición milenaria

Cacique Guaicaipuru Cuauhtémoc,
Sobre la deuda externa

Declaración política del III Foro Mesoamericano,
Frente al Plan Puebla-Panamá, el Movimiento Mesoamericano por la Integración Popular

TESTIMONIO

Amarela Varela,
¡Piqueteros, carajo, piqueteros!


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No pasaron muchos meses desde aquellos días de diciembre cuando el país se incendió de rebelión, tirando abajo presidentes y complicidades. El miércoles 26 de junio del 2002, en una jornada de lucha convocada por los piqueteros, el poder volvió a asesinarnos. Dos jóvenes militantes de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, fueron fusilados a quemarropa por la policía de la Provincia de Buenos Aires. Quedaron cientos de heridos, muchos de ellos con balas de plomo en el cuerpo. Hubo más de cien detenidos. Se allanaron casas, locales de los movimientos de desocupados, el local del Partido Comunista de Avellaneda.

La cacería se prolongó por varias horas. La "Bonaerense" entró en los hospitales, deteniendo a heridos y familiares. Las fuerzas represivas avanzaban intentado borrar pistas y huellas de la Operación Masacre. La represión se encarnizó con saña contra la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón.

El poder mostró una de sus caras posibles: la del salvajismo represivo. Mostró la indiferencia ante las demandas de quienes nada tienen. Mostró la capacidad que tienen de manipular la información que se emite por los medios de comunicación de masas. Mostró la impudicia de la mentira ejercida de manera estatal, intentando colocar a las víctimas en el lugar de los victimarios, pretendiendo que fueron los mismos piqueteros quienes asesinaron a sus compañeros. Mostró la hipocresía de una gran mayoría de parlamentarios y jueces indiferentes ante el drama social. Mostró la complicidad de las burocracias sindicales. Mostró el rostro desnudo de la impunidad, en la cara del comisario Franchiotti.[1] Mostró también su miedo y su debilidad, al emplear tanta violencia contra un movimiento popular que salió a la calle a reclamar demandas básicas como trabajo digno, comida, educación, salud.

La represión fue precedida por una campaña de declaraciones amenazantes realizadas en las semanas previas por los principales dirigentes del país, destinada a generar la imagen de que estos movimientos, a los que caracterizaron como el "ala dura" de los piqueteros, tenían planes conspirativos para el "asalto al poder".

Los medios de comunicación de masas fueron aliados activos en esta ofensiva, que tenía como uno de sus objetivos hacer retroceder al movimiento popular de los niveles de resistencia alcanzados, desorganizar a los movimientos de desocupados, fragmentarlos entre ellos e impedir que se unifiquen en la acción con otros bolsones de protesta, como los trabajadores que demandan por sus derechos laborales, los que toman y ponen en marcha las fábricas que las patronales abandonan por improductivas, los vecinos de las asambleas populares que intentan ejercer de manera directa la democracia, o los sectores medios damnificados por el corralito. Intentan frenar así la posibilidad de que sean protagonistas de nuevos momentos de constitución de un bloque popular con capacidad de desafío y de alternativa al poder.

Algunos burócratas sindicales viejos y nuevos participaron por acción u omisión de las maniobras que pretendían el aislamiento de los sectores combativos del movimiento de desocupados. Especialmente nefastas, por ser funcionales a la campaña mediática de demonización de los sectores piqueteros en lucha, fueron las intervenciones públicas de Luis D’Elía, líder de la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) -integrante de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos)-, denunciando "infiltrados de movimientos de izquierda" en las filas de la Coordinadora Aníbal Verón, y luego restando apoyo a la movilización convocada al día siguiente del asesinato de los jóvenes para repudiar la masacre.

Esta posición -que condujo a la fractura de significativos espacios militantes de la FTV y a una fuerte crisis interna en la CTA- promovió reagrupamientos en el movimiento popular. Tal vez como expresión del nuevo momento político y social del país, de los aprendizajes que se vienen desarrollando en la resistencia, y como síntoma de la crisis de credibilidad que afecta a varios de estos dirigentes, al día siguiente del asesinato de los jóvenes piqueteros, la reacción popular fue una salida masiva a la calle, para instalar en la conciencia colectiva, y como advertencia al poder, el "Nunca más".

Fue maravilloso ver cómo las asambleas populares se tonificaron y dieron su respuesta. Cómo salieron a la calle los docentes, a pesar de la defección de la dirección de CTERA (Coordinadora de Trabajadores de Educación de la República Argentina). Cómo muchos compañeros de la CTA empujaron a su conducción hasta sacarla tardíamente a las marchas solidarias.

Fueron días en que se jugó una nueva pulseada entre el repliegue o la continuidad de la lucha por el "que se vayan todos", consigna instalada en el imaginario popular, como santo y seña de futuras emancipaciones. El "que se vayan todos" que terminó con el mandato de De la Rúa le dejó los días contados al propio Duhalde, quien se vio obligado a dar marcha atrás en varios de sus dichos, y convocar apresuradamente a elecciones.

Cuando el poder constató que toda la maniobra comunicacional no alcanzó para confundir a la sociedad, que por todos lados se colaba recia la verdad sobre los sucesos del miércoles negro, y que pese a la confusión y las amenazas, el pueblo argentino (categoría recuperada gracias a la movilización y a la lucha sobre todo en las jornadas del 19 y 20 de diciembre) no transaba con la historia oficial, resolvió la detención del comisario Franchiotti.

Esta decisión tenía doble filo: de un lado "calmar" la furia popular; del otro, encubrir a todos los responsables de la jornada represiva, incluidos los principales jefes del gobierno nacional y provincial.

Cuando el "que se vayan todos" continuó gritando en las calles, y la imagen de Darío Santillán ayudando solidariamente a su compañero ganó la batalla en el imaginario social a las imágenes proyectadas falazmente por el gobierno, fue cuando Duhalde jugó su otra carta: el adelantamiento de las elecciones.

Si los movimientos piqueteros habían salido a la calle con una serie de reivindicaciones puntuales, de carácter fundamentalmente económico, el gobierno comprendió que tras ellas se abría la válvula de una sociedad oprimida por la desocupación creciente, el hambre, la miseria, el corralito, la corrupción, la pérdida de confianza en la justicia, el parlamento, el ejecutivo... un pueblo acorralado no sólo ni principalmente por la crisis bancaria, sino por la crisis de gobernabilidad.

En este contexto, el adelantamiento del calendario electoral juega sin duda a favor del bloque dominante. La relación de fuerzas existente actualmente en el país entre el movimiento popular y los sectores del poder, y la ausencia de una estrategia común de las fuerzas que participan en la resistencia, determinan que las elecciones sigan siendo momentos privilegiados por el poder para la recomposición de su hegemonía. Las intenciones actualmente están dirigidas a desplazar la atención política hacia el campo de las disputas partidarias, acentuando la fragmentación del movimiento popular.

Y si bien no se han creado los recambios necesarios entre las fuerzas ordenadoras del sistema, que den coherencia a una propuesta electoral -lo que resitúa en el horizonte al mismísimo Menem, como una de las opciones en carrera-, también es cierto que en el campo de las izquierdas no existen hasta el momento las propuestas capaces de unificar en una alternativa al conjunto de las resistencias.

En todos los casos, vale reflexionar sobre la batalla cultural que está en curso. Se realiza en estos días una intensa disputa por resignificar los sucesos del 19 y 20 de diciembre, así como los del 26 de junio. Se han puesto en juego las prácticas, los discursos, los valores que representan a cada fracción del poder y a cada franja del movimiento popular. La acción propagandística con que se pretendió aislar y restar consenso social y político a la Coordinadora Aníbal Verón es semejante a la que años atrás realizaron hacia el movimiento piquetero de General Mosconi y Tartagal. En ambos casos, las palabras tuvieron saldos trágicos. Cinco piqueteros asesinados en los conflictos de Mosconi y Tartagal. Dos piqueteros de la Coordinadora Aníbal Verón asesinados. La solidaridad, la entrega, el amor de los piqueteros, rompió el cerco propagandístico que pretendía asociarlos con la violencia, la agresión, el desprecio por la vida.

Va quedando claro que los responsables de la violencia en el país son los gobiernos nacional y provinciales, los poderes políticos y económicos nacionales y trasnacionales que los sostienen contra toda voluntad popular, las fuerzas represivas que los defienden, y también quienes con su prédica macartista recrean la teoría de los dos demonios, que décadas atrás actuó como legitimación del terrorismo de estado.

El debate previo a las jornadas del 26 de junio, así como el posterior, puso en el centro el tema del poder. Se acusó a los piqueteros de tener un plan para "la toma del poder". La fecha prevista por la anunciada conspiración era precisamente el 9 de julio. Se pusieron en debate diversas teorías sobre el poder, su conquista, su construcción.

Quedó al desnudo la fragilidad de los enfoques sostenidos por diversas franjas del movimiento popular alrededor de este tema en momentos en que, paradójicamente, el poder político sufre una fuerte crisis de gobernabilidad, de representatividad, y oscila entre la represión abierta y la maniobra política e ideológica confusionista; en un tiempo en el que se agrava la crisis económica y social del capitalismo y crece en flecha la variable autoritaria. Los mecanismos represivos no desmontados -por beneficio de la impunidad-, e incluso su modernización -producida en los últimos años-, posibilitan que se reinstalen modalidades aggiornadas del terrorismo de estado. Asesinatos, amenazas, torturas, vuelven a ser moneda corriente en Argentina, acentuándose el clima de agresión en las barriadas populares -especialmente en las que se organizan y trabajan los movimientos de desocupados. Pero estas acciones requieren también de un clima cultural propicio, y en esa dirección actúan los que detentan el monopolio de los medios de comunicación. El terrorismo informativo es una variable orgánica del terrorismo de estado.

Sin embargo, se va abriendo la conciencia, en diferentes franjas de la sociedad, de que los piqueteros no son "demonios". No son una raza especial nacida de mentes alteradas o de oscuras conspiraciones. Los cortes que paralizan distintas rutas del país son protagonizados por franjas de la población organizadas, combativas. Sus formas de lucha desafían al poder y también a las maneras tradicionales de comprender la resistencia. No se trata de sectores marginados, sin conciencia, espontaneístas -como los describen algunos análisis que proviniendo de intelectuales o políticos funcionales al orden sistémico confunden lo nuevo con lo irracional, y consideran que "la" política se resume en las contiendas electorales.

La mayoría de los protagonistas de estos conflictos son trabajadores, con la conciencia de clase difusa pero concreta adquirida a partir de la participación activa en las luchas obreras y populares. Trabajadores excluidos como consecuencia de las políticas privatizadoras y de la hiperconcentración del capital realizadas por el modelo neoliberal, así como por el desplazamiento de las inversiones del terreno productivo al financiero. Trabajadores que tienen experiencia de lucha y de organización, que aplican y recrean en el nuevo territorio en el que desarrollan actualmente su resistencia.

Los mecanismos de exclusión reinstalan socialmente la figura de los desaparecidos: el sistema pretende que los desocupados sean los desaparecidos sociales de este sistema. Pero sucede que los hombres y mujeres tenemos no sólo instinto de conservación, sino una cultura acumulada en las experiencias de resistencia que conduce a construir nuevas formas de lucha, de identidad, y a proponer alternativas. Los piqueteros reinventan el trabajo, la dignidad, los lazos sociales, la democracia, la autonomía e incluso las palabras, que cobran nuevos sentidos cuando nombran actos. Los piqueteros -negados por el poder- crean en sus relaciones las posibilidades de su propia existencia, constituyendo, simultáneamente, el poder ser, el poder vivir y el poder popular.

Transitan, al crear, senderos no recorridos. Tienen la experiencia histórica de los movimientos populares pero aportan su propia subjetividad, su propia imaginación. No intentan tan sólo negociar con el capital las condiciones de venta de su fuerza de trabajo. Pretenden también inventar el trabajo, o reinventarlo. Ya no como mercancía, sino como fuerza transformadora de la naturaleza y de la vida, como energía que al realizarse en actividades creativas, productivas, no sólo restablecen las nociones de dignidad, sino también generan hombres y mujeres nuevos y nuevas, con relaciones que anuncian el tipo de sociedad por la cual estamos batallando. De alguna manera, recuperan esa búsqueda del Che de un socialismo que no sea sólo el fin de la explotación, sino de toda forma de alienación. Y en esa dirección va la idea de un hombre nuevo, revolucionarizado en sus prácticas cotidianas, en las cuales el trabajo deje de ser trabajo esclavo, deje de ser mercancía, y se vuelva creación de una nueva sociedad.

No se trata de crear la ilusión de acumulaciones de poder alternativo, islas dentro del poder del capital que mágicamente transformarán en un momento determinado el carácter del poder. No se trata de inventar nuevas comunas libres dentro de un estado opresor. Estas experiencias, vividas tanto por los hippies en los sesenta, como por numerosas comunidades indígenas en Latinoamérica, conocieron dolorosamente sus límites. Los espacios de poder popular, en la medida en que apuntan no a una mediatización de la libertad humana, sino a su completa emancipación, son embriones de nuevas confrontaciones con el poder capitalista.

Es sabido que toda la resistencia acumulada por los movimientos populares se va realizando en los marcos de duras luchas. Es sabido que la hegemonía nacional y mundial avanza una y otra vez sobre los espacios creados o conquistados. En tal sentido, es absolutamente válido plantear una y otra vez los dilemas que se refieren al tipo de sociedad que queremos y soñamos y los caminos para llegar a la misma. El socialismo, nombre posible para la utopía colectiva, será seguramente el esfuerzo de creación de poderes populares en una batalla que abarcará todo un tiempo histórico de constitución de sujetos colectivos, capaces de protagonizar la acción liberadora.

¿Cuál será el camino? ¿Cómo será? Las respuestas actuales son variadas. También entre los piqueteros se expresan diversas concepciones y prácticas en relación al tema del poder; tantas como las que atraviesan al amplio campo de la izquierda y la centro izquierda. Evitando mayores precisiones -que favorezcan cazas de brujas como las ya realizadas- es evidente que algunos de los movimientos y partidos de izquierda sostienen de manera casi inalterada las estrategias de poder desarrolladas durante el siglo XX por diversos proyectos revolucionarios: desde las variantes insurreccionales, hasta los enfoques institucionales, pasando por diversas concepciones de acumulación en el tejido social.

En muchos de los proyectos existentes, estas estrategias no pasan del plano discursivo, mientras que en sus prácticas se oscila entre propuestas estrictamente electorales y/o reivindicativas. Las distancias entre los discursos y las prácticas se vuelven más evidentes en tiempos en que la crisis de los de arriba se vuelve exigente para la presentación de alternativas de los movimientos populares y revolucionarios.

En otros proyectos se elude el debate sobre el tema del poder. Esto puede responder, en algunos casos, a la ausencia de una estrategia definida en torno al tema, y a la búsqueda de no precipitar definiciones que puedan fragmentar al sujeto que se va constituyendo como tal en torno a demandas inmediatas. En otros casos, es expresión de debilidad teórica, o de una inclinación al practicismo.

En algunos de los proyectos, el debate que se va realizando es resultado de un enfoque que concibe la creación colectiva de nuevas teorías, en el marco de la gestación de nuevas prácticas. En esta perspectiva, se constituyen pensamientos inacabados, en permanente recreación a partir de los nuevos sujetos que se van forjando en la lucha, y de los niveles de síntesis colectivos que se vayan alcanzando.

Estas formas de actuar y de pensar, sin certezas inamovibles, sin dogmas heredados, generan cierta incertidumbre en los movimientos políticos forjados en las concepciones revolucionarias preexistentes: tanto las nacidas en los años setenta, como las que vienen desde los orígenes del siglo XX.[2]

La necesidad y la urgencia del desarrollo de prácticas que se vinculan de manera absoluta con la supervivencia empujan por momentos a un desprecio por la formación teórica, a una debilidad en los análisis tanto generales como específicos.

Frente a esta situación, es interesante valorar los esfuerzos realizados por algunos de los movimientos piqueteros por poner, en el mismo plano que la resistencia y la generación de proyectos productivos, las tareas de educación popular.

Los movimientos de piqueteros han tenido que asumir tareas que no hacen sólo a la resistencia económica sino a la creación de alternativas en todos los terrenos de la vida cotidiana: desde proyectos productivos autogestionados hasta salas de salud, espacios de formación, lugares de encuentro, tiempo de solidaridad, creación de resistencia.

Es en estos movimientos, en los que la resistencia se vuelve más enérgica, por necesidad y convicción, en los que se está produciendo el enfrentamiento más fuerte con el poder dominante que ha llegado incluso a la negación de las vidas-, donde las estrategias van conformando, desde abajo, las bases de un nuevo poder, de un poder vivir a pesar de su negación, de un poder existir. Constituyen, desde el pie, desde la raíz, esfuerzos de nacer un tipo de relaciones que anuncian la sociedad que se quiere construir. Relaciones que expresan valores, conductas, prácticas, pensamientos, sueños, es decir, relaciones que van conformando en el día a día una cultura opuesta a la del capitalismo.

Al tiempo que aprenden a amasar el pan, aprenden a repartirlo. Al tiempo que aprenden a cocinar en las ollas populares o en los comedores comunitarios, aprenden a igualarse en el plato de comida compartido. Al tiempo que se enfrentan cara a cara con el poder, aprenden a reconocerlo no sólo en el policía que los mata, sino en el sistema que los excluye.

Van encontrando también formas de organización que favorecen el objetivo proclamado: si de lo que se trata es de la constitución de sujetos históricos, conscientes de sus prácticas, con voluntad de transformación social, no hay como la democracia real para ejercer el protagonismo que no delega representaciones, que se constituye como poder por el encuentro de los cuerpos y no por la sustitución de los mismos en un cuerpo imaginario. Si de lo que se trata es de pensar en una sociedad solidaria, es imprescindible desterrar el autoritarismo, el caudillismo, tan impregnados en las prácticas históricas de los movimientos populares en Argentina. La batalla es contra el poder que nos domina externamente, y contra las formas en que el mismo se ha introyectado en nuestros valores, en nuestra cultura, en nuestras maneras de relacionarnos.

Resistencia, producción, formación, son tareas que van parejas en estos movimientos que, simultáneamente, van descubriendo los límites que acepta el poder para sus acciones, y el corralito en el que pretenden arrinconarlos para que no trasgredan los intereses de la acumulación capitalista. Saltar el corralito sigue siendo la opción elegida por una franja significativa de estos movimientos. Y es la que ejercen cuando van a los "cortes duros", sin vías alternativas, que plantean un desafío a la circulación de las mercancías y a la manera de disputar los poderes del poder político.

En otros proyectos, se buscan formas de lucha que apuntan a transacciones limitadas. Pequeñas disputas de migajas que sólo fortalecen a las burocracias que las gestionan y que terminan negociándolas en las estrategias electoralistas. Y también existen enfoques de resistencia popular que no logran articularse como proyectos políticos, disociando la acumulación social de los momentos de disputa de hegemonía en el campo de la política.

Es interesante considerar, llegado este punto, que se puede transitar un tiempo de no resolución clara de estas contradicciones. Que se puede, y tal vez sea necesario, avanzar sin todas las respuestas, y con pocas certezas.

En ese avanzar, seguramente se cruzan otros caminos que vienen experimentando los movimientos sociales. Las autoconvocatorias, los métodos asamblearios, la insurgencia plebeya, que contienen en su base algunos elementos de una primitiva conciencia como son la falta de credibilidad en las organizaciones y en los liderazgos existentes, la necesidad de recrear las formas de lucha y de organización a partir de pautas democráticas, de base, colectivas, la no delegación del poder popular en representantes sino su ejercicio directo. La masividad de la protesta, la batalla desigual contra las fuerzas represivas, el compromiso de una nueva generación de luchadores, el protagonismo de la mujer, son algunas constantes que se manifiestan en las distintas batallas que viene dando el pueblo en su proceso de autoconstitución como tal. El movimiento popular argentino se encuentra ante el desafío de establecer nuevas conexiones y articulaciones que permitan defender los espacios que se abren en estos momentos especiales en los que frente al poder se levantan experiencias temporales, pero potentes, de poder popular.

¿Cómo caminar estos senderos haciendo teorías de las prácticas nuevas y viejas, y prácticas nuevas de las nuevas y viejas teorías? ¿Cómo ubicar en la batalla violenta que estamos viviendo la urgencia no sólo de pan, no sólo de trabajo, sino de fundación de una cultura opuesta a la que una y otra vez reproduce la dominación? ¿Cómo marchar con audacia, aún sin certezas? O, precisamente, ¿cómo lograr que la ausencia de certezas nos permita obrar y pensar con mayor audacia?

¿Cómo preguntar sin buscar respuestas sino un abanico de posibilidades? ¿Cómo responder sin repetir la tranquilidad adormecedora de lo conocido?

¿Cómo recrear una política de las izquierdas fundada más en el deseo que en el "deber ser" castrador y opresivo?

El desafío puede ser -para decirlo con palabras de Silvio Rodríguez- "amar el tiempo de los intentos". Y en ese amor, y con ese amor, pensar en recuperar junto a las fábricas desocupadas, junto a los terrenos que se han vuelto huertas, junto a las plazas y calles, el espacio y el tiempo de la creación colectiva que permita, con nuestra resistencia, que se vayan todos... ¿todos? Sí, todos. Que no quede ni uno solo. Y que con nosotros vengan los que fueron negados de todas las maneras. Que los excluidos sean los protagonistas de nuestra historia. Que aparezcan con vida los desaparecidos. ¿Con vida? Sí. Con tanta vida como el Che, que viene sonriente hasta el umbral del siglo XXI para reírse de quienes decretaron su ausencia y su olvido. ¿Es mucho pedir? Tal vez sí. Tal vez sea, apenas, reinstalar en el centro de la historia, como "motor" o como "locomotora", junto a la lucha de clases, el deseo. ¿El deseo? Sí. El último desaparecido por el terrorismo de estado, que ahora anda entre nosotros y nosotras, inaugurando un tiempo subversivo.


Notas:

[1]

Ver el testimonio de Amarela Varela, en este mismo volumen, sobre la represión del 26 de junio de 2002 en que el comisario Franchiotti mató a sangre fría a un piquetero [N. de E.].

[2]

Resulta interesante constatar cómo todas las teorías que en su momento fueron revolucionarias porque precisamente echaron abajo dogmas anteriores, con el paso del tiempo pueden volverse conservadoras de las nuevas certezas adquiridas. Por este camino, esterilizan su capacidad innovadora. También es necesario reconocer que en muchas ocasiones, las nuevas teorías y prácticas, en la necesaria negación de las experiencias anteriores, no logran extraer de las mismas más aprendizajes que fortalezcan su potencialidad transformadora, debido a que se quedan en un tipo de negación excluyente y por momentos dogmática.




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Chiapas 14
2002 (México: ERA-IIEc)


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