Presentación
Ana Esther Ceceña
Los desafíos del mundo en que caben todos los mundos y la subversión del saber histórico de la lucha
Jérôme Baschet
¿Más allá de la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo?
Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert
Los silencios zapatistas
Armando Bartra
Las guerras del ogro
José Seoane
Rebelión, dignidad, autonomía y democracia. Voces compartidas desde el Sur
Entrevista con Alfio Nicotra,
Representante del Partido de la Refundación Comunista ante el Foro Social Europeo
Álvaro García Linera
La sublevación indígena popular en Bolivia
DEBATE
Joachim Hirsch
Poder y antipoder. Acerca del libro de John Holloway Cambiar el mundo sin tomar el poder
John Holloway
Gente común, es decir, rebelde. Mucho más que una respuesta a Atilio Borón
PARA EL ARCHIVO
Violeta R. Núñez
San Miguel Chiptik. Del acasillamiento a la autonomía
Raúl Ornelas
La guerra del gas: cuarenta y cinco días de resistencia y triunfo popular
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En medio de las fiestas que celebran el décimo aniversario del levantamiento zapatista, sería lamentable olvidarnos de cantar "Las mañanitas" a Don Durito de la Lacandona. Por cierto, su nacimiento remonta a los primeros años de la soledad guerrillera, mientras su aparición en el escenario mundial es un poco más reciente que la del EZLN (pues salvo una breve intervención el 10 de abril de 1994, durante la cual confiesa "estudiar el neoliberalismo y su estrategia de dominación en América Latina", es tan sólo en 1995 cuando empieza a impartirle al subcomandante Marcos sus pesadas "clases de economía política" y a posicionarse como uno de los mayores expertos mundiales en neoliberalismo).[1] Entonces, si podemos debatir el número de velitas que le corresponden, sin lugar a dudas merece ser asociado a los actuales festejos.
Al mirar atrás el camino de diez años de lucha, es preciso volver a insistir en las perspectivas internacionalistas abiertas por el movimiento zapatista. No sobra repetir que el movimiento altermundialista, cuya fuerza se ha manifestado a partir de las movilizaciones de Seattle en diciembre de 1999 hasta las más recientes en Cancún, pasando por la dramática intensidad de Génova, había dado un paso muy significativo en las montañas del Sureste mexicano con el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, convocado por el EZLN en julio-agosto de 1996.[2] A veces reconocido, a veces ignorado, este antecedente merece un lugar en la memoria de la resistencia globalizada, pues marcó el despertar de un planteamiento y una práctica internacionalistas, después de varias décadas de sueño profundo. No se trata de reivindicar para el EZLN un dudoso derecho de paternidad o una inútil medalla del mérito por anterioridad (y menos cuando el propio subcomandante Marcos insistió en minimizar la contribución zapatista, en comparación con los alcances de las movilizaciones de Seattle y las aportaciones de Porto Alegre).[3] Sólo se trata de hacer memoria y reconocer que siendo parte de los orígenes de una movilización mundial que apenas inicia, el zapatismo -a pesar de sus silencios momentáneos- tiene con toda evidencia su lugar en las luchas presentes y futuras contra "el monstruo global mundial".[4]
La "lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo" constituye uno de los planteamientos centrales del zapatismo y valdría la pena recordar aquí la pertinencia de una expresión que no es un simple eslogan, sino la síntesis de una perspectiva articulada y de amplio alcance, perfectamente adaptada a la crítica de la realidad planetaria imperante durante el primer decenio de la lucha zapatista. Sin embargo, con los acontecimientos vividos en el año 2003, algunas dudas podrían empezar a surgir: ¿no marcaría la guerra de Irak un cambio de dirección respecto a varias de las tendencias antes dominantes? Son muchas las preguntas en cuanto al significado de este cambio, a sus consecuencias, a su carácter duradero o efímero. No obstante, varias señales apuntan a considerar la posibilidad de una dinámica que se aleje, por lo menos de manera parcial, de las lógicas neoliberales de las últimas décadas. ¿Estará entrando el capitalismo en una nueva fase de su atormentada trayectoria? ¿Tendremos que proyectarnos más allá de "la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo", o por lo menos, encontrar cómo darle una inflexión a este planteamiento?
La lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo
La "lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo" indica una preocupación planetaria, pero resulta imposible analizarla de manera aislada, pues una de las aportaciones más significativas del movimiento zapatista es su capacidad para articular planteamientos de escalas diferentes: internacionales, nacionales e intranacionales (locales, regionales o étnicos).[5] En el zapatismo estas perspectivas no se oponen ni pueden separarse; tienen que ser pensadas cada una en relación con las otras. Es esta interconexión establecida entre los tres niveles la que aleja los peligros que cada uno entraña cuando se le considera fuera de esta perspectiva relacional; el etnicismo esencialista y excluyente, el nacionalismo intolerante (hacia adentro y hacia afuera) -ambos fuentes de asesinas locuras identitarias, tan afines a la globalización fragmentada del neoliberalismo-, y el universalismo abstracto que también termina siendo instrumento de negación de las diferencias entre los hombres y las mujeres reales. Al contrario, la concepción zapatista de la dignidad indígena no puede ser sino relacional (un puente, una mirada recíproca) y la construcción de la autonomía de los pueblos indígenas es, de manera indisoluble, la reivindicación de un lugar digno en la bandera mexicana. De igual forma la lucha de liberación nacional no puede separarse de la resistencia contra un enemigo ahora planetario y es parte de la construcción de la dignidad, "esa patria sin nacionalidad [...] que burla fronteras, aduanas y guerras" ("Primera Declaración de La Realidad"). En fin, la lucha por la humanidad tiene como base el reconocimiento de que "todos somos iguales porque somos diferentes" (mayor Ana María).
Un levantamiento indígena en busca de autonomía, una lucha de liberación nacional, una rebelión por la humanidad y contra el neoliberalismo: el zapatismo no es uno solo de estos planteamientos, ni su mera suma. Consiste más bien en una combinación que transforma cada uno de los tres elementos que articula (siendo esto un ejemplo de definición que no encierra su objeto en límites fijos, sino que incluye su propia capacidad de transformación). Por ser inestable, esta combinación tiene una potencialidad dinámica y creativa que muy probablemente no termina de dar sus frutos. Puede configurarse de diversas maneras, y de hecho se ha modificado, fortalecido o debilitado según los momentos y las circunstancias. Así, durante 1994 el impacto nacional del levantamiento no dejó mucho espacio para las preocupaciones intercontinentales (como ya decíamos, la palabra "neoliberalismo" sólo fue mencionada una vez, en la efímera aparición de Durito). Es tan sólo a partir de 1995 cuando la denuncia del neoliberalismo adquirió una importancia creciente, así como la vinculación del EZLN con sus redes internacionales, sobre todo a raíz de la traición de febrero y, más aún, de la Consulta por la Paz y la Democracia.[6] Este proceso llegó a su maduración entre la convocatoria al Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo (30 de enero de 1996) y su realización en julio-agosto del mismo año.
A pesar de la realización ulterior del Segundo Encuentro Intercontinental en España, el año 1996 parece constituir el apogeo del zapatismo internacional. A partir del rechazo zedillista a la propuesta de la Cocopa, la prolongada imposibilidad de traducir los acuerdos de San Andrés en reforma constitucional impidió la transformación del EZLN en fuerza política civil y obligó a mantener la lucha por el reconocimiento de los derechos y cultura indígenas como objetivo prioritario. Además, la difícil situación provocada por el brutal hostigamiento contrainsurgente de los años 1997-2000 y, después de las esperanzas de la Marcha del Color de la Tierra, por el voto de la contrarreforma indígena, obstaculizó una participación activa en los procesos de convergencia internacional. Por cierto, durante este periodo el análisis de la situación mundial y el llamado a la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo no dejaron de fortalecerse, desde las "Siete piezas del rompecabezas mundial" (agosto de 1997) hasta los "Siete pensamientos en mayo de 2003". Pero la propuesta más ambiciosa del primer encuentro intergaláctico que llamaba a crear "una red intercontinental de resistencia por la humanidad y contra el neoliberalismo"[7] no pudo recibir seguimiento y quedó como una promesa incumplida del zapatismo internacional. Sería injusto cargar la responsabilidad de esta situación al EZLN que, quizá, no pretendía organizar ni dirigir dicho proyecto. Además la idea tomó forma y fuerza por otros caminos y en otras latitudes, con las movilizaciones de Seattle y los Foros de Porto Alegre, y esto es lo único que importa realmente. Pero no es posible ocultar el hecho de que el EZLN no haya acompañado el fortalecimiento de estas movilizaciones, y no son pocos quienes se preguntaron por qué su palabra no se hizo presente ahí donde se daban las batallas contra el poder global neoliberal, como tampoco en las distintas ediciones del Foro Social Mundial en Porto Alegre.
Podemos intuir que el caminar zapatista no permite dar los pasos hacia lo más lejos antes de avanzar en lo más próximo, de tal suerte que la situación nacional condiciona, en una amplia medida, las proyecciones internacionales (así durante el prolongado silencio provocado por el voto parlamentario del 28 de abril de 2001). Por el contrario, el fin del silencio y la reorganización interna que culmina con el nacimiento de los Caracoles y las juntas de buen gobierno hacen que 2003 sea el momento de una nueva expansión de la palabra internacional del EZLN. A los mensajes dirigidos por el comandante Zebedeo a los pueblos del mundo el 1° de enero y el 9 de agosto de este año hay que añadir la reiterada condena de la guerra de Irak y la solidaridad con las protestas mundiales, expresada por ejemplo en el mensaje del subcomandante Marcos leído en Roma por la madre de Carlo Giuliani el 15 de febrero. Además no es casual que fuera durante la fiesta por el nacimiento de los Caracoles cuando se anunció que el EZLN se haría presente en las protestas contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, es decir justo lo que se esperaba desde hace mucho tiempo. Ahí el 9 de septiembre, con la lectura de los comunicados de la comandanta Esther, el comandante David y el subcomandante Marcos, enviados a los representantes de Vía Campesina, se dio por vez primera la participación directa del EZLN en las movilizaciones de resistencia mundial contra las instituciones del capitalismo globalizado. En el mismo contexto de renovada actividad internacional se ubica la propuesta de participar en la elaboración de una "agenda mundial de discusión" para la "reconstrucción de la palabra espejo y cristal", formulada por el subcomandante Marcos en los "Siete pensamientos en mayo de 2003".
Así que el planteamiento zapatista de la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo ya tiene su historia. Su articulación con las perspectivas nacionales y las reivindicaciones de los pueblos indígenas ya pasó por diversas configuraciones, incluyendo momentos de debilitamiento, pero hoy día se están dando las condiciones de una reintegración equilibrada de las distintas perspectivas. Es particularmente notable la convergencia del fortalecimiento de la práctica de la autonomía, mediante la formación de las juntas de buen gobierno, y la acentuada implicación internacional del EZLN. Una razón más para volver a reflexionar lo que significa "la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo".
En esta formulación, la relación entre los dos elementos que la conforman es determinante. Reivindicar una lucha por la humanidad sólo tiene sentido si identificamos al adversario que a la vez obstaculiza esta lucha y la vuelve necesaria. De no hacerlo, las palabras "humano" o "humanidad" no pasarían de una retórica vacía y de un humanismo light, cómplice de todas las opresiones. Cualquier proclamación humanista separada de una crítica radical del presente no es más que una mistificación que al final se reduce a la ética débil del humanitarismo, gris acompañante de la globalización mercantil. Por otra parte, sería peligroso dejar sin aclarar los valores en nombre de los cuales llamamos a luchar contra la globalización neoliberal, pues el mundo está lleno de "movimientos fundamentalistas religiosos" o "ultranacionalistas" que también se oponen a la mundialización.[8] Lo hacen con base en una afirmación excluyente de la identidad que rechaza cualquier forma de diferencia y lleva a las cerrazones xenófobas y los enfrentamientos étnicos. Para distinguirse de estas formas de oposición a la globalización, es indispensable subrayar que el combate contra el neoliberalismo es de manera indisociable una lucha por la humanidad toda, es decir por una humanidad capaz de reconocerse en su diversidad y de construir su unidad a partir de sus diferencias. En síntesis, sería tan inútil plantear una lucha por la humanidad sin apuntarle al capitalismo globalizado que pretende aniquilarla, como peligroso atacar al neoliberalismo sin pelear por una humanidad luchando por realizarse como humanidad, una y plural a la vez. La "lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo" es el nudo poderoso que aleja estos peligros.
Pero ¿de qué humanidad estamos hablando? Quizá no de la humanidad homogénea y abstracta, encarcelada en el concepto del Hombre. La humanidad, en el pensamiento zapatista, es una humanidad que se asume en su diversidad y lucha por "un mundo en donde quepan muchos mundos", es un mosaico de historias diferentes por compartirse, una multitud de subjetividades y de experiencias sociales en búsqueda de cooperación.[9] También es una humanidad descentrada, una humanidad vista desde abajo, que toma en cuenta primero a los más pequeños, los sin voz, las minorías (o las mayorías) de los excluidos, más aún cuando el neoliberalismo aparece por naturaleza como una fuerza excluyente que deja a un lado una cantidad cada vez mayor de poblaciones "sobrantes" e inútiles. Pero asimismo toma en cuenta a los pobres y los explotados, y en fin a todos los que el neoliberalismo afecta, es decir la cuasi totalidad de la población mundial. No se trata sólo de recordar que quienes se benefician del neoliberalismo, la sociedad del poder y sus devotos sirvientes, constituyen una fracción ínfima de la humanidad: ¡la única minoría que el neoliberalismo no pretende excluir! Sobre todo se trata de subrayar que la mercantilización del mundo pone en peligro la existencia misma de la humanidad, por las múltiples formas de contaminación y la destrucción acelerada del planeta Tierra que provoca, así como por las patologías que inyecta en los cuerpos y las mentes, desde las soledades depresivas y las locuras asesinas hasta las adicciones mercantiles y la generalización del miedo como forma dominante de las no relaciones sociales. El capitalismo no sólo desposee a la humanidad de la vida digna que tiene la capacidad de organizar de forma colectiva, sino que la amenaza en su supervivencia, de tal suerte que, por primera vez, el instinto de conservación de la especie humana se afilia al campo de la rebeldía y bien podría resultar uno de sus fermentos más activos. Por ello, la lucha contra el neoliberalismo obliga a asumir el punto de vista de la humanidad toda, siendo ahora la exigencia de su preservación y su aspiración a la dignidad una sola y misma cosa. También significa que la destrucción del mundo no puede concebirse como obra de una clase social particular, ni tampoco de la no clase de los excluidos; tendrá que avanzar asumiendo en su proceso, y a pesar de los conflictos de clase que atraviesa una humanidad todavía dividida y enfrentada, el punto de vista de la humanidad toda que lucha por salvarse y realizarse como humanidad digna.
¿Cómo se concibe la lucha contra el neoliberalismo? Por el permanente entretejerse de escalas diferentes, la lucha zapatista contra el neoliberalismo, que no es otra cosa que "el capitalismo salvaje mundial de finales del siglo XX",[10] puede contemplarse desde por lo menos tres puntos de vista distintos y complementarios: la autonomía, la soberanía nacional y la unidad planetaria. Es evidente que esta lucha es una disputa entre "dos proyectos de globalización":[11] el de la mercancía y el de quienes sueñan un mundo igualitario en donde quepan todos los mundos. Pero también la construcción de la autonomía, desde sus niveles locales y regionales, puede ser considerada una herramienta para resistir al modelo mundial impuesto por las fuerzas de la mercantilización, además de romper con el modelo del Estado nacional, centralizado e integracionista. Esta tensión entre globalización capitalista y autonomía -eje no siempre muy visible pero decisivo en las concepciones zapatistas- aparece de manera en particular explícita en el comunicado del comandante David leído en las protestas contra la cumbre de la OMC en Cancún: "Frente a los poderosos del dinero que ahora se reúnen para hacer acuerdos de cómo acabarnos, de cómo humillarnos, de cómo desaparecernos, los zapatistas levantamos la autonomía y la resistencia como armas y escudos por la humanidad y contra el neoliberalismo".[12]
Entre el punto de vista de las autonomías y los horizontes planetarios, se ubica el aspecto más difícil de interpretar y más controvertido: el conflicto entre el Estado nacional y la globalización neoliberal. No se trata de volver una vez más al debate sobre las concepciones zapatistas del Estado. Ya mencionamos al respecto la tensión, característica de las mismas, entre la reivindicación del Estado nacional frente a las fuerzas transnacionales del neoliberalismo, y por otro lado, la propuesta de asumir la autonomía de la sociedad contra la centralización del Estado.[13] Se puede considerar que esta tensión constituye una articulación controlada, basada en la clara conciencia de la ambigüedad del principio nacional, quizá liberador hacia el exterior pero siempre opresor hacia el interior, y en la propuesta de otro proyecto de nación construido desde abajo; la autorganización de la sociedad, no homogeneizadora sino basada en el reconocimiento de las diferencias. Pero tampoco carecería de fundamento argumentar que con este planteamiento el zapatismo se queda a medio camino, sin tomar conciencia de la relación indisoluble entre las dos caras de la moneda y por tanto de la imposibilidad de asumir la parte positiva del Estado nacional, cuya lógica también produjo los peores despojos sufridos por los indígenas y la denegación de su existencia como pueblos.
La defensa del Estado contra la mundialización neoliberal no es una temática propia de los zapatistas. Se trata de un aspecto de los movimientos antiglobalización a menudo objeto de críticas. En Imperio, Hardt y Negri insistieron en que era inútil luchar contra las fuerzas del mercado global en nombre de la defensa del Estado-nación y que concebir a este último como una eficaz protección frente a estas fuerzas no era más que una ceguera nostálgica. Otros han argumentado que parte de los movimientos antineoliberales parecen guiarse por el deseo de devolver mayor consistencia a los Estados, regresando así a los mejores tiempos del capitalismo keynesiano-fordista.[14] Se trataría entonces de denunciar la forma neoliberal del capitalismo, desordenada en manera peligrosa e inequitativa en exceso, para promover una forma supuestamente más controlada y equilibrada del capitalismo, basada en la intervención del Estado y la proyección a nivel internacional de instrumentos de regulación conforme a la inspiración keynesiana. Son evidentes tanto las limitaciones de esta perspectiva como su doble carácter ilusorio, por idealizar el periodo keynesiano y por ser muy probablemente incompatible con las necesidades actuales de la acumulación de capital. Sin embargo la nostalgia es comprensible, por lo que significa el neoliberalismo en términos de intensificación de la explotación, de exacerbación de las desigualdades y deterioro de las condiciones de trabajo y de vida. En ese sentido, la referencia nostálgica a las conquistas de la era keynesiana puede ser un punto de partida para tomar conciencia de los desastres neoliberales, no para volver al pasado sino para ayudar a proyectarnos hacia un futuro emancipador.
Quizás podamos advertir una inflexión en las concepciones zapatistas relativas a la oposición del Estado nacional y el neoliberalismo. Existe por supuesto una constante masiva; desde su origen hasta la fecha, la identificación del neoliberalismo como cuarta guerra mundial pone al centro de su análisis la destrucción de los Estados nacionales, si no física por lo menos en su sustancia (la soberanía). Así ocurre en las "Siete piezas del rompecabezas mundial", donde el subcomandante Marcos plantea además la "defensa del Estado nacional frente a la globalización" y "la recuperación y defensa de la soberanía nacional" como "parte de una revolución antineoliberal".[15] Una visión diferente se esboza en el 2001: destruido por las fuerzas del mercado mundial, el Estado nacional es un lugar vacío, inútil de conquistar; ya ni sirve defenderlo ni sirve para defenderse contra el neoliberalismo.[16] Los "Siete pensamientos en mayo de 2003" parecen consolidar lo que anunciaba esta breve mención.[17] El diagnóstico del Estado nacional, ya en situación de coma profundo, se hace más sombrío que nunca, pero ya no se plantea ningún intento para reanimar al moribundo. Al contrario, recurrir a la clase política -parte del Estado-nación agonizante- aparece como un inútil acto de nostalgia y, para evitar que esto nos lleve a una idealización del pasado, se esboza una desmitificación del viejo Estado nacional; si bien algunas ventajas resultaban del poder de decisión que mantenía entonces la clase política (una visión de conjunto y a mediano plazo), este sistema también aspiraba a hacer más poderoso al poder económico y siempre, detrás de la máscara democrática, se advertía la amenaza de la dictadura. Las concepciones más recientes del subcomandante Marcos sugieren que ante el hecho consumado de la desaparición de los Estados nacionales, cualquier forma de nostalgia resultaría ilusoria: mejor asumir que de nada nos pueden servir en la lucha contra el neoliberalismo.
Las bombas financieras y la guerra militar
El EZLN ha manifestado en diversas ocasiones su rechazo a la guerra en Irak y ha hecho un reconocimiento de la importancia histórica de las protestas mundiales en su contra: "El siglo XXI arranca con el ¡No a la guerra! globalizado que devolvió a la humanidad su esencia y la aglutinó en una causa. Como nunca antes en la historia, el planeta fue sacudido por este no".[18] Subrayó que a pesar de los muchos conflictos ocurridos en años anteriores, la guerra está adquiriendo ahora un papel más central, señal del empeoramiento de la situación mundial en la cual las crisis, cada vez más graves, ya no pueden resolverse por otros medios.[19] Por eso los "Siete pensamientos" insisten en lo que llaman la "guerra militar", expresión de ninguna manera pleonásmica y al contrario necesaria para establecer una diferencia con lo que se consideraba hasta entonces (por ejemplo en las "Siete piezas") como el corazón de la cuarta guerra mundial. Si bien nunca dejaron de usarse y perfeccionarse los arsenales de destrucción física, lo que se identifica como armas principales en la cuarta guerra mundial son las "bombas financieras" (gestión de la deuda internacional, planes de ajustes estructurales impuestos por el FMI, fuga de capitales, etcétera) y el poder de disuasión de quienes pueden amenazar con hacerlas explotar (organismos financieros internacionales y mercados de capitales). Pero ¿qué estará pasando ahora, cuando parecemos hundirnos en la espiral de la guerra preventiva y permanente? ¿Estamos todavía viviendo la cuarta guerra mundial financiera y comercial que define al neoliberalismo? ¿Será suficiente pensar que el neoliberalismo se pinta de verde olivo y hace de la guerra militar un elemento más de su estrategia?
En los textos zapatistas más recientes, la guerra de Irak se interpreta como síntoma de una profundización del neoliberalismo, ahora en su fase más agresiva. Si bien la guerra militar se vuelve un arma de dominación determinante, sigue el mismo proceso bajo el mando de las mismas fuerzas: el poder globalizado del dinero.[20] En otras palabras, la guerra militar es la continuación del neoliberalismo con otros medios. Por tanto, el blanco principal de la cuarta guerra no ha cambiado: "La globalización del dinero necesita de la destrucción del Estado nacional".[21] Esta regla también incluye a la superpotencia mundial que a pesar de los discursos ultranacionalistas que acompañan el ataque a Irak, no actuaría en defensa de sus intereses como nación. Si bien el subcomandante Marcos menciona que "el gobierno de Estados Unidos se ha abrogado el papel de ‘policía’ de la Hiper-Polis" (tal como lo viene haciendo desde el fin del mundo bipolar de la tercera guerra mundial), e ironiza sobre "las expectativas del Estado-Nacional-Con-Aspiraciones-A-Ser-Supranacional", considera que su actuación no es más que el holograma neoliberal del Estado-nación:[22] "¿No fue uno de los argumentos del señor Bush para las guerras en Afganistán e Irak que ambos amenazaban a la ‘nación’ norteamericana? Pero fuera de la ‘realidad’ creada por CNN, las banderas que ondean en Kabul y Bagdad no son las de las barras y las estrellas, sino las de las grandes corporaciones multinacionales".[23] Ni siquiera el país más poderoso escapa a los efectos del neoliberalismo: ya no existe ni actúa como Estado nacional; es tan sólo el brazo armado del capital transnacional, la ilusoria máscara del poder global, la imagen espectacular de las nostalgias nacionalistas.
Por la tonalidad imperial de esta lectura de la guerra de Irak, podría resultar interesante revisar los comentarios recientes de Toni Negri sobre las políticas estadounidenses. Redactado entre la primera guerra del Golfo y la de los Balcanes, Imperio, con todo y los excesos o defectos que muchos mencionaron, se adecuaba de alguna manera a las tendencias de este periodo. Pero desde su publicación, la historia parece haberse acelerado: "El libro se está poniendo viejo", reconoce Negri. La adecuación de la teoría del imperio a las cambiantes realidades ya se da sin dudas ni vacilaciones. En un primer momento, Negri calificó las reacciones de Estados Unidos al 11 de septiembre como "una sacudida contraria y regresiva con respecto a la tendencia imperial, un contraimpulso, una reacción violenta imperialista dentro y contra el imperio"; en síntesis, como "un golpe de Estado del viejo imperialismo".[24] En octubre de 2002 indicó que la política imperialista del gobierno estadounidense llevaba a un choque con la lógica imperial y habló de "una guerra civil en el seno del imperio"; pero considerando que "la política de Bush es fuertemente minoritaria dentro de la aristocracia global del capitalismo multinacional", concluyó que "con toda probabilidad, los Estados Unidos se verán forzados en poco tiempo a dejar de ser imperialistas y reconocerse a sí mismos en el imperio".[25] Según esta lectura, la potencia hegemónica mundial salió del rumbo imperial, pero la teoría del imperio se mantiene intacta, pronosticando la inviabilidad de la regresión imperialista. Sin embargo, después de la guerra de Irak, el análisis de Negri es diferente: la política estadounidense ya no se concibe como una reacción de sentido opuesto al proceso imperial, sino como la nueva forma del imperio, ahora basado en la guerra y manejado de manera unilateral por el gobierno estadounidense.[26] De este modo la teoría del imperio recibe una fuerte inflexión en pos de integrar las evoluciones más recientes, pero ¿no se desvanece así lo que daba su coherencia a la propuesta de Hardt y Negri? Por ejemplo, al hablar del "soberano imperial americano", se llega a identificar el poder imperial con el de Estados Unidos -algo que rechazaban de manera explícita los autores de Imperio.[27]
¿Cuál es entonces la especificidad del concepto de imperio, si lo que se impone al mundo es la fuerza de un Estado actuando de manera unilateral para defender sus propios intereses económicos y estratégicos, e imponiendo su voluntad tanto a sus enemigos declarados como a sus rivales potenciales y sus aliados tradicionales? ¿Dónde está la diferencia con el concepto de imperialismo, tan esencial en el planteamiento inicial de la teoría imperial? O bien mantener firme la teoría del imperio con la convicción que la realidad terminará volviendo a su cauce, o integrar esta realidad en la teoría, al costo de quitarle buena parte de su especificidad y su fuerza: ¿son éstos los términos de la duda, o más bien dibujan el espacio abisal en donde la teoría del imperio amenaza con hundirse? Por cierto, no sería difícil reconocer que el actual proyecto de Estados Unidos consiste en un imperialismo que pretende imponerse a la totalidad del planeta (realizando así el imperio por medio del hiperimperialismo), pero más allá del sueño, esto no puede significar otra cosa que una intensificación de la competencia con las demás potencias.[28]
Entonces, ¿existe o no un giro sustancial en las políticas de Estados Unidos?, ¿y cuál es su posible significado? Podría resultar útil subrayar que los neoconservadores que ocupan los puestos clave en la actual administración estadounidense -en particular los miembros del Project for a New American Century, cuya declaración de principios fue firmada en 1997, entre otros, por Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz- se alejan en aspectos centrales de los planteamientos neoliberales.[29] Reafirman la primacía de la política sobre la economía: una política tan claramente ideologizada que su actuación se apega a sus planes aterradores, elaborados desde antes de la toma de posesión de George W. Bush. Sin dejar de promover poderosos intereses económicos, reivindican el Estado como instrumento decisivo de acción. Su obsesión es la defensa y la seguridad nacional, lo que incluye como bien es sabido la preocupación central por los recursos estratégicos y en particular energéticos. Plantean como prioridad la reafirmación del "American global leadership" mediante una absoluta superioridad militar, y la eliminación preventiva de cualquier peligro potencial (de esta manera pretenden dar forma a "a new century favorable to American principles and interests"). Como parte de este proyecto, la extensión de la democracia (según un modelo apto para generar regímenes amigos de Washington) ya no se encomienda a los efectos del libre mercado, como solían predicar los neoliberales, sino que se plantea con toda seriedad su imposición por medios militares (se invoca a la filosofía política de Leo Strauss, que atribuye al sistema político más deseable el deber de recurrir a la fuerza y la violencia en contra de sus enemigos, para no caer en la debilidad que veía ejemplificada en la República de Weimar y que consideraba causa del ascenso nazi). En resumen, los neoconservadores plantean el deber de Estados Unidos de imponer su hegemonía para defender su seguridad y prosperidad como nación y de actuar de manera unilateral, despreciando incluso a los organismos internacionales que pudieran estorbar estos intereses nacionales. Afirman el poder de actuar desde el Estado para conformar el mundo a sus objetivos.
¿Podemos considerar el programa neoconservador como una mera máscara ideológica de algunos intereses económicos? ¿Se trata tan sólo del holograma de una realidad que dejó de existir? Tal vez sería tomar con demasiada ligereza los discursos de quienes hacen justo lo que escribieron y pretenden someter a la humanidad a los guiones ideados por ellos. Eso es lo que los hace peligrosos pero también lo que explica algunos de sus fracasos más rotundos. El guión previsto para la victoria en Irak era, de la manera más explícita, un remake de la liberación de Europa en 1944-1945. No tenía que faltar ningún detalle de la película, ni siquiera las miles de banderitas de barras y estrellas que se suponía los iraquíes iban a agitar con frenética alegría para agradecerles a sus libertadores. Por obtusa que sea la realidad que no quiso apegarse al plan, no es menos aterradora la locura que pretendía imponerlo.[30] Claro está, podríamos tranquilizarnos considerando estos sucesos como fenómenos efímeros, provocados por el improbable "golpe de Estado" de algunos iluminados de la democracia de guerra, ya no de la democracia de mercado. Por cierto las elecciones del 2004 podrían regresar la política estadounidense hacia su cauce anterior, si es que la falta de plasticidad -o sea la resistencia- iraquí no obliga desde antes a suavizar, como ya empezó a ocurrir, o hasta a archivar por completo los planes neoconservadores. Pero si bien es imposible hacer previsiones ni siquiera a muy corto plazo, podría ser prudente no minimizar el alcance de las actuales políticas neoconservadoras y sus eventuales implicaciones (pues independientemente de su posible fracaso, podrían indicar tendencias más profundas, capaces de recobrar vida bajo formas menos radicales y más eficientes).
¿Cuáles serían entonces, más allá de las incertidumbres políticas, los factores que invitan a tomar en serio la hipótesis de una inflexión de tendencia? Son aspectos a menudo comentados en los últimos meses, que no pretendemos retomar de manera detallada y sólo trataremos de enumerar bajo la perspectiva aquí esbozada:
La fuerza alcanzada por las movilizaciones altermundialistas a partir de Seattle y las críticas cada vez más extensas que enfrenta el neoliberalismo empiezan a tener efectos. Mientras durante los años ochenta y parte de los noventa el neoliberalismo había logrado provocar divisiones, inseguridad y resignación -y por tanto una correlación de fuerza muy favorable al capital, caracterizada por un cuasi apaciguamiento de las protestas sociales y una derrota sin precedente del pensamiento crítico-, el hecho de haber abierto el paso a gigantescas protestas transnacionales aparece ahora como uno de los mayores "logros" del neoliberalismo. Ello no debe dejar de crear algo de perplejidad entre sus partidarios y bien podría orillar a los dominantes a modificar sus estrategias.
Para no decir nada de otros recursos clave, basta recordar que la curva descendente de las reservas mundiales de petróleo y gas -pilar energético del desarrollo capitalista en su forma actual- y su creciente concentración en el Medio Oriente y la zona del mar Caspio acentúan la pelea por estos recursos, al punto de llevar, en el caso de la guerra de Irak, a su control directo mediante el uso de la fuerza armada. La competencia intercapitalista, que era ya muy fuerte en las décadas neoliberales, se vuelve tan intensa que no puede mantenerse en el marco definido por el esfuerzo de integración transnacional (o de unificación imperial).
Es posible que la agudizada competencia intercapitalista (e interimperialista) lleve a una revalorización por lo menos parcial del Estado. El neoliberalismo no significó el fin del Estado, pero sí propició su adelgazamiento (privatizaciones y reducción de los gastos sociales), la subordinación de su soberanía a las reglas del capitalismo mundializado y -factor no menos importante- su deslegitimación.[31] Desde 1998, Immanuel Wallerstein advirtió que a pesar de que ellos mismos provocaron esta deslegitimación, los capitalistas podrían volver a necesitar una intervención más activa de los Estados, no sólo como fuerza policiaca y militar sino también para defender sus posiciones y protegerlos de los efectos negativos de la competencia mundial. Bien podría ser el proceso que estamos viviendo hoy día. Se advierte primero en el caso de Estados Unidos, pero es probable que, de seguir el mismo rumbo, reacciones en cadena lleven a una reafirmación de otros Estados nacionales. Sólo con una recuperación de ciertas atribuciones y una dosis de relegitimación podrían fungir como eficientes abrigos de algunos intereses capitalistas contra otros, en un contexto en el cual la competencia exarcerbada vuelva a prevalecer sobre los factores de interconexión e integración. De ser así, habría que prever un debilitamiento de los organismos internacionales clave del neoliberalismo (y del proyecto imperial). Los fracasos de la OMC iniciaron por la fuerza de las protestas mundiales en su contra, pero no es de excluir que ahora respondan también a intereses dominantes: si el unilateralismo estadounidense tenía en su agenda el acta de defunción de la ONU, también podría llevar a desestimar una institución como la OMC de la cual se espera por el momento más inconvenientes que beneficios y en donde empezaron a formalizarse alianzas adversas. Además, desde el punto de vista del hegemonismo geoestratégico unilateral, el libre comercio mundial, por importante que sea, podría dejar de constituir un asunto prioritario. Quizás hasta el FMI y el Banco Mundial lleguen a revisar sus estrictos esquemas neoliberales y, al tomar conciencia de la utilidad de los Estados nacionales en la gestión y el control de las poblaciones mundiales, les concedan un mayor margen de decisión e intervención.
Se ha señalado en repetidas ocasiones el contraste entre la posición de Estados Unidos como única superpotencia planetaria, dotada de una superioridad militar abrumadora, y la fragilidad de su base económica (entre otros factores, por el crecimiento cada vez más incontrolable del déficit y el endeudamiento, y por la erosión del poder absoluto del dólar, que sufre ahora los efectos de un euro fuerte y un yen demasiado bajo). Por ser una proclamación de hegemonía mundial escenificada con insistencia (y tan fallida a pesar de la fácil victoria militar inicial), la guerra de Irak ha vuelto a dar credibilidad a la tesis del declive del poderío estadounidense, defendida por Wallerstein desde hace tiempo.[32] Más allá de Irak, toda la estrategia de los neoconservadores puede ser entendida como una vigorosa reacción para revertir la tendencia y evitar ese declive anunciado. Podríamos discutir si esa tendencia llevaba al desplazamiento de Estados Unidos por un nuevo poder hegemónico planetario o bien a su integración en el orden imperial mundial. Pero ahora importa poco determinar si los planes neoconservadores pretenden sustituir a los guiones de Negri o a los de Wallerstein. Por el momento el resultado es el mismo, y de hecho la reacción de Estados Unidos es comprensible: a pesar de la expansión del mercado mundial que constituía la base del proceso de integración imperial, un poder hegemónico no se resigna a desaparecer con facilidad, sea por perder ante sus competidores o por disolverse en un conjunto más amplio. Que Estados Unidos imponga su hegemonía al resto del mundo no es ninguna novedad; así ha sucedido desde la segunda guerra mundial. Lo nuevo es que empezó a vislumbrarse que el orden unipolar neoliberal, dirigido por las instituciones del capitalismo internacional y respaldado por la fuerza militar de Estados Unidos fungiendo como policía del mundo, terminaría siendo menos provechoso para el poderío hegemónico que para sus rivales. Más aún que Europa. Es el caso de China que, aprovechando la fuerte autoridad de su poder de Estado y un entorno internacional bastante estable, está experimentando un nivel de crecimiento económico excepcional que prefigura, a mediano plazo, su estatus de superpotencia.[33] Por eso se plantea sacudir de forma preventiva el tablero mundial antes de que la desventaja de Estados Unidos llegue a niveles irrecuperables, y con la perspectiva de que sea todavía posible asegurar su liderazgo en el siglo XXI. Ya sea que se considere como una locura mística o como una realpolitik consecuente, tal reafirmación de una hegemonía nacional-imperialista debería provocar actitudes nacional-imperialistas por parte de los rivales potenciales que Estados Unidos decide enfrentar antes de tiempo, con la esperanza de no llegar a ser desafiado por ellos.
Todo por la humanidad, nada por la mercancía
La lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo ha constituido un planteamiento de una extraordinaria fecundidad y pertinencia, que acompañó y hasta anticipó el surgimiento y la expansión de la red de luchas y resistencias contra el monstruo global. No hay la menor duda en cuanto a la necesidad de ampliar, fortalecer y profundizar la rebeldía mundializada; sólo se trata de identificar y tomar en cuenta las metamorfosis de su adversario común. Quizás llegue pronto el momento de darle otro nombre, no por el placer de renovar de manera periódica un vocabulario cíclicamente pasado de moda, sino porque el enemigo, siendo en lo fundamental el mismo (el capitalismo), bien podría encontrarse en el umbral de una nueva fase de su historia; después del keynesiano-fordismo, que se generalizó al terminar la segunda guerra mundial y ya jadeante a principios de los setenta dio lugar al neoliberalismo, que le tomó el relevo para dominar en las siguientes décadas. Sería demasiado aventurado caracterizar esta posible nueva fase más allá de los indicios ya mencionados en las páginas anteriores. Además, no debemos excluir que las actuales tendencias queden sepultadas bajo el fracaso de los neoconservadores, aunque parezca más probable imaginar un conflicto entre una lógica neoliberal que empuja a un proceso de integración imperial y la reafirmación de los intereses nacionales y sus proyecciones imperialistas.[34] Como sea que resulte, el posible paso a una nueva fase no podría concebirse como una ruptura absoluta (es probable que el poder del dinero seguirá gozando y mejorando muchas de sus "conquistas", conseguidas en tiempos neoliberales) ni como una vuelta al pasado preneoliberal, sino más bien como una huida hacia adelante, provocada por las necesidades de la acumulación.
Pareciera que estamos entrando en una fase muy incierta, en la cual las amenazas que enfrenta la humanidad podrían hacerse todavía más peligrosas. Por eso, la oposición a la guerra, como sea que la queramos calificar, es una necesidad central de las luchas globales actuales. En este contexto, adquieren particular relevancia las palabras zapatistas que indicaron que el siglo XXI arranca con el ¡No a la guerra! en una protesta mundial de inaudita amplitud. No obstante, una posible relegitimación de los Estados, acompañada de los tristes juegos de los nacionalismos enfrentados, podría llegar a debilitar la incipiente convergencia de las multitudes transnacionales. Sin pretender sacar un guión más de los archivos de la historia, no podemos olvidar que la primera guerra mundial permitió diezmar la temible fuerza del movimiento obrero europeo y aniquilar sus horizontes internacionalistas (aunque la socialdemocracia reformista se haya encargado ella misma de desvirtuar ampliamente esta fuerza y este espíritu internacionalista). Entonces, si la globalización neoliberal viniera a marcar el paso, ¿sabrán las rebeldías planetarias evitar la trampa de las regresiones nacionales o hasta nacionalistas? En caso de desvanecerse los blancos comunes identificados con el neoliberalismo, ¿serán capaces de seguir globalizando todavía más sus luchas?
Que se apode keynesiano, neoliberal, neoimperial o lo que sea, el enemigo sigue teniendo el mismo apellido: capitalismo. Bajo formas históricamente diferenciadas, que es menester identificar con precisión, actúa la misma lógica de la acumulación del capital y la fetichización mercantil. No podemos ilusionarnos con la posibilidad de domesticar al monstruo global. Se hace cada vez más monstruoso (pero también más engañoso), para llevar a cabo el proceso de destrucción de la humanidad y el planeta Tierra, sometiéndolos a las reglas de la mercancía. Por tanto, la lucha por construir una humanidad emancipada no podrá seguir creciendo si no se plantea salir de la sociedad dominada por el principio de la mercancía. Como dijo el comandante Zebedeo: es imprescindible "no perder de vista al monstruo global mundial". Empezamos a conocerlo en el camino y a vislumbrar un horizonte de emancipación. Para poder seguir abriendo caminos hacia este deseo, las metamorfosis del monstruo nos empujan ahora a preguntarnos con más atención qué significaría su agonía. La lucha que nos importa es la de la humanidad contra la mercancía. Es la lucha por la realización de la humanidad, fuera del mundo de la mercancía.
Septiembre de 2003
Notas:
[1] |
Subcomandante Marcos, Don Durito de la Lacandona, CIACH, San Cristóbal de Las Casas, 1999. |
[2] |
La movilización de Seattle fue la primera en adquirir una fuerza capaz de conferirle un impacto notable, a tal punto de contribuir al fracaso de la reunión de la OMC. Sin embargo, durante los años 1997 y 1998 muchas movilizaciones fueron etapas en la maduración de las luchas altermundialistas: de ellas encontramos un breve recuento en J. Gambina, "Resistencia internacional a la globalización neoliberal", Chiapas, n. 12, Instituto de Investigaciones Económicas-Universidad Nacional Autónoma de México-Era, México, 2001, pp. 79-80. |
[3] |
"Algunas circunstancias, afortunadas o desafortunadas, nos presentaron, a nosotros los zapatistas, como el inicio de algo. Nosotros pensamos que no, que el inicio está todavía por construirse y que tiene que ver sobre todo con Seattle, con el Foro Social Mundial de Porto Alegre [...]. Para nosotros, el impacto de Porto Alegre en la historia de la resistencia a la globalización es mucho más importante que el del 1° de enero o que el de Seattle" (Ignacio Ramonet, La dignité rebelle. Conversations avec le sous-commandant Marcos, Galilée, París, 2001, pp. 41-45 [traducción mía]). |
[4] |
Palabras del comandante Zebedeo en la inauguración de los Caracoles (9 de agosto de 2003). |
[5] |
Me permito remitir para un análisis más completo de esta articulación a L’étincelle zapatiste. Insurrection indienne et résistance planétaire, Denoël, París, 2002, así como a "(Re)discutir sobre la historia", Chiapas, n. 10, Instituto de Investigaciones Económicas-Universidad Nacional Autónoma de México-Era, México, 2000, pp. 7-40. |
[6] |
El 1° de enero de 1995, la "Tercera Declaración de la Selva Lacandona" invita a arrojar al neoliberalismo "al basurero de la historia nacional": resulta significativo que es todavía como política aplicada por los gobiernos mexicanos que se hace la denuncia y no como realidad mundial. El tema adquiere más consistencia después de la traición de febrero, con la primera "cátedra por excelencia" de Durito (11 de marzo de 1995) y la carta que agradece el apoyo recibido desde el extranjero (que denuncia la "globalización", "este orden absurdo en que el dinero es la única patria a la que se sirve y las fronteras se diluyen, no por la hermandad, sino por el desangre que engorda a los poderosos sin nacionalidad", 17 de marzo de 1995). El anuncio de la Consulta sobre el destino del EZLN en junio del mismo año incluye el primer llamado a la participación directa de "nuestros hermanos y hermanas de Norteamérica, de Europa, de Asia, de América del Sur". De la Consulta y la participación internacional que suscitó surgen los planteamientos intercontinentales que predominarán en 1996 (véanse el mensaje a los compañeros solidarios reunidos en Brescia el 28 de agosto de 1995, y sobre todo el largo documento sobre los resultados y las consecuencias de la Consulta, en el cual encontramos por vez primera el análisis de la "cuarta guerra mundial" y la propuesta de "realizar una reunión intercontinental de todas las fuerzas que luchan por la humanidad, es decir, contra el neoliberalismo", 29 de septiembre de 1995). Me refiero a EZLN. Documentos y comunicados, 4 vols., Era, México, 1994-2003. |
[7] |
"Segunda Declaración de La Realidad", 3 de agosto de 1996. |
[8] |
Así define el subcomandante Marcos a estos "fanáticos [que] afirman: aquí, en esta pequeña isla del archipiélago mundial sólo pueden vivir los que son como yo" (La dignité rebelle, cit.). |
[9] |
En un texto anterior ("¿Los zapatistas contra el imperio? Una invitación a debatir el libro de Michael Hardt y Toni Negri", Chiapas, n. 13, Instituto de Investigaciones Económicas-Universidad Nacional Autónoma de México-Era, México, 2002, pp. 159-76), intenté identificar algunas afinidades entre la concepción zapatista de la sociedad civil (y la humanidad) y el concepto de multitud propuesto por Hardt y Negri en Imperio (Paidós, Buenos Aires, 2002). Quisiera ahora matizar este punto de vista. Por cierto, el término "multitud" se adecua bien para designar a los destinatarios de la palabra zapatista, siempre reconocidos en su heterogeneidad y en sus subjetividades: así se concibe a la humanidad en rebeldía contra el neoliberalismo, como también a la multitud alzada frente al imperio. Sin embargo, lo que Hardt y Negri ubican al centro de la fuerza creativa de la multitud no deja de ser problemático: se trata, según ellos, del poder de autovalorización del trabajo intelectual, inmaterial y basado en la comunicación. En esto radicaría la potencialidad emancipadora ya existente bajo el capitalismo posmoderno. Hardt y Negri llegan así a una insostenible idealización de los procesos de trabajo en el mundo actual, dejando sin cuestionarse la supuesta creatividad de un trabajo que termina conformando la inventiva individual a los tristes esquemas de la mercancía. Además, cuando pretenden liberar al trabajo existente (virtualmente emancipado) del parasitismo del capital, parecen sugerir que el comunismo está al alcance de la mano, como potencial presente en el capitalismo actual. Pero olvidan que el capital y el trabajo son los dos polos de la sociedad de la mercancía, de forma que la crítica del capitalismo tiene que ser al mismo tiempo una crítica del trabajo tal como lo conocemos hasta ahora (véase al respecto la crítica planteada por Anselm Jappe, Les aventures de la marchandise. Pour une nouvelle critique de la valeur, Denoël, París, 2003). |
[10] |
Don Durito, cit., p. 54. |
[11] |
Palabras del subcomandante Marcos para la movilización en contra del neoliberalismo en Cancún (La Jornada, 10 de septiembre de 2003). |
[12] |
Palabras del comandante David (ibid.). |
[13] |
Véase Chiapas, n. 12, en particular el artículo de Atilio Boron, "La selva y la polis. Interrogantes en torno a la teoría política del zapatismo". Remito también al artículo ya citado "¿Los zapatistas contra el imperio?" |
[14] |
Anselm Jappe, Les aventures de la marchandise, cit. |
[15] |
EZLN. Documentos y comunicados, t. 4, cit., pp. 47-72. También: "Resulta que eso de ‘Liberación Nacional’, apellidos del EZLN, los zapatistas nos lo tomamos muy a pecho y espada y, anacrónicos como somos, creemos todavía en conceptos ‘caducos’ como el de ‘soberanía nacional’ e ‘independencia nacional’" (19 de julio de 1999, ibid., p. 328). |
[16] |
"El lugar del poder está desde ahora vacío [...] el centro del poder ya no está en los Estados-nación. Entonces, no sirve de nada conquistar el poder" (entrevista con Julio Scherer, Proceso, 11 de marzo de 2001, p. 12). |
[17] |
Publicado en Rebeldía, n. 7, mayo de 2003, pp. 3-14: "Yace ya agonizando y esperando la llegada de auxilio"; se menciona también su "desgaste actual (casi hasta la desaparición)" o su "tendencial desaparición". No obstante, "la cultura es de las pocas cosas que mantienen aún respirando al Estado nacional. Se insiste también en que fue la clase política quien destruyó las bases del Estado nacional": renunció así a su propio poder de decisión, por lo que "acudir a la clase política como ‘aliada’ en la lucha de resistencia es un buen ejercicio [...] de nostalgia" (posición que fundamenta la postura del EZLN hacia los partidos políticos a raíz del voto de la contrarreforma indígena). |
[18] |
"Siete pensamientos en mayo", cit. |
[19] |
"Las crisis son peores que las del pasado, y, por ende, la solución radical que el poder da para ellas, la guerra, es peor que las de antaño. Ahora, el fraude más grande de la historia de la humanidad, la globalización, ni siquiera tiene la delicadeza de tratar de justificarse [...] la fuerza vuelve a ocupar el lugar decisivo y decisorio" (ibid.). |
[20] |
La guerra es "sólo una página del libreto de terror que el poder del dinero ha preparado para todo el planeta" (comunicado de abril de 2003); "La globalización del poder entró en su etapa más agresiva al hacer de la guerra militar su arma principal de dominación" (comunicado del 19 de julio de 2003). |
[21] |
"Chiapas: la treceava estela", cuarta parte (julio de 2003). |
[22] |
"El Estado nacional de la sociedad del poder sólo aparenta un vigor que mucho tiene de esquizofrenia. Un holograma, eso es el Estado-nación en las metrópolis [...] el Estado nacional tiende a dejar de existir, pero su holograma permanece alimentado por los dogmas que luchan por llenar el vacío no sólo producido por la globalización, también remarcado por ella" ("Siete pensamientos", cit.). |
[23] |
Ibid. Por cierto, los vínculos de la administración Bush con algunas empresas, sobre todo tejanas, son bien documentados. Pero éstas (como Halliburton) están lejos de ser las mayores transnacionales del sector energético (como Exxon-Mobil o Chevron-Texaco). Además, el desempeño de G. Soros -hombre que simboliza la especulación sin frenos de los "años dorados" del neoliberalismo- en promover un poderoso grupo de presión en contra de la reelección de Bush bien podría indicar cuán poco les agrada a los mercados financieros el militarismo unilateral de su administración. De todas maneras, resultaría muy parcial reducir su acción al servicio de las empresas que efectivamente favorece (algo que, por cierto, no constituye ninguna novedad). |
[24] |
Entrevista de Ida Dominijanni a Toni Negri, Il Manifesto, 14 de septiembre de 2002. |
[25] |
Antonio Negri y Danilo Zolo, Un diálogo sobre el nuevo orden de la globalización (octubre de 2002), en http://www.lafogata.org/negri. |
[26] |
"La América posterior al 11 de septiembre parece haber elegido definitivamente la vía de la organización unilateral del orden global [...]. La segunda guerra del Golfo ha desplazado completa y definitivamente el terreno de la legitimación del imperio: la legitimación se proyecta hacia la guerra" (Antonio Negri, "¿Cómo queda el imperio después de la invasión en Irak?", Rebeldía, n. 9, junio de 2003, pp. 48-53). |
[27] |
Otro giro desconcertante se observa en el discurso sobre la ONU. En el texto citado en la nota anterior, Negri considera que la voluntad abiertamente enunciada por el soberano imperial de liquidarla resulta conforme a la lógica del imperio, pues clasifica a la ONU entre las "instituciones del viejo orden internacional". Al contrario, en Imperio, Hardt y Negri proponían un comentario muy positivo de la ONU, como corazón jurídico del imperio e "instancia de producción del derecho soberano supranacional". |
[28] |
En palabras de Negri: "Estados Unidos no conseguirá nunca imponer su mando unilateral si no logra establecer un acuerdo con las otras potencias financieras del planeta. Pero este acuerdo resulta difícil -imposible mientras el unilateralismo estadounidense no sea atenuado o derrotado" (ibid., p. 51). |
[29] |
Véase su sitio http://newamericancentury.org (en particular los documentos "Statement of Principles" y "Rebuilding America’s Defenses"). |
[30] |
Según información de prensa (La Jornada, 12 de septiembre de 2003, p. 30), las peleas internas en el Pentágono se están dando ahora a golpe de guiones y contraguiones: una de sus direcciones, con transparente intención crítica, habría presentado a sus oficiales la película La batalla de Argel. Lo que se proyectaba así sobre el mapa de Irak no era la gloriosa imagen de la liberación de Europa, sino el espectro de la resistencia popular contra una imposición colonial condenada a fracasar. |
[31] |
Immanuel Wallerstein insistió en esta dimensión: "La deslegitimación del Estado, a la vez justificación y consecuencia de las políticas neoliberales, resulta ampliamente compartida por la gente común, que deja de creer en él, sea como factor de mejoramiento de las condiciones de vida, sea como instrumento de la transformación revolucionaria" (Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, Siglo XXI, México, 1998, pp. 46-51). |
[32] |
Véanse sus comentarios quincenales durante la guerra de Irak (http://fbc.binghamton.edu/commentr.htm). |
[33] |
Véase por ejemplo Edur Velasco Arregui, "Asia Central en el siglo XXI y los movimientos de larga duración en la economía mundial", Chiapas, n. 13, Instituto de Investigaciones Económicas-Universidad Nacional Autónoma de México-Era, México, 2002, pp. 43-74. El crecimiento de China es una preocupación fundamental en los planteamientos neoconservadores (su documento ya citado, Rebuilding America’s Defenses, considera a Asia oriental como el principal "focus of strategic competition" para el siglo XXI, y concluye al respecto: "Raising US military strength in East Asia is the key to coping with the rise of China to great-power status"). En un texto más reciente (2003) Gary Schmitt, director ejecutivo del PNAC, indica que los dirigentes chinos siguen considerando prioritario mantener un entorno internacional pacífico como condición del fortalecimiento económico, pero que su preocupación por "the strategic eastward movement" de Estados Unidos los lleva a preparar un enfrentamiento que consideran inevitable ("The Real Empire: China", sitio mencionado en la nota 29). |
[34] |
Si bien el concepto de imperialismo quizá vuelva a tener más importancia en una eventual nueva fase, podría entonces tratarse de un "imperialismo de tercer tipo". El imperialismo clásico, madurado en el siglo XIX, era una extensión del Estado-nación bajo la forma de su imperio colonial: fue la edad de los imperialismos coloniales rivales y de los conflictos interimperialistas (primera y segunda guerras mundiales). El segundo imperialismo, en tiempos del keynesiano-fordismo y la descolonización, se basaba en el control de los incipientes Estados independientes mediante una mezcla de intervenciones militares y de presiones económicas, y en el contexto de una gestión planetaria relativamente ordenada bajo la conducta hegemónica de Estados Unidos (el escenario de la guerra fría garantizaba tanto la delimitación de una zona de influencia para el subimperialismo soviético como el alineamiento de las antiguas potencias coloniales europeas): fue la edad de un imperialismo neocolonial hegemónico. El nuevo imperialismo parece querer ir más allá de las formas clásicas de control neocolonial, sin que podamos plantear como viable el regreso a una colonización formal. Por otra parte, si podemos dudar que logre imponer un imperialismo hegemónico, tampoco llegará necesariamente a provocar conflictos interimperialistas tan brutales como las dos primeras guerras mundiales, pues la integración transnacional del capital así como la importancia de los flujos comerciales y financieros mundiales crean un contexto muy distinto al que prevalecía en el primer imperialismo.
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