En la mañana del 1° de enero de 1994 aparecían en los noticieros de televisión unas extrañas escenas de indígenas encapuchados corriendo por las calles de San Cristóbal de Las Casas, en las montañas de Chiapas, para tomar el palacio de gobierno y lanzar desde los balcones de la plaza central ni más ni menos que una declaración de guerra al gobierno mexicano. Estos extraños personajes, que salían inopinadamente de la larga noche del neoliberalismo, llamaban a los mexicanos a sumarse a su movimiento contra "los ricos y el Estado" porque "hace falta darle la pelea en todos los frentes de lucha". Es decir, no llamaban a formar un único frente sino a confluir en la lucha.
¿Quiénes eran esos ilusos que osaban levantarse contra un ejército, un Estado y todos los poderes encubiertos detrás de ellos? Con un vocero que hablaba como intelectual en una reunión universitaria y no arengaba a las masas, que explicaba de manera pausada las causas de esta sorprendente rebelión que, a primera vista, parecía salida de otro tiempo y de otra historia.
"Vivir por la patria o morir por la libertad", como lema de una rebelión en un mundo que disolvía fronteras y negaba los significados específicos, hacía pensar en un total anacronismo. Una improcedencia después de la caída del muro de Berlín cuando todos los sueños transformadores parecían cancelados. Pero qué emocionante era sentir que nuestros cuerpos, lastimados por la individualización y soledad que el neoliberalismo derramaba, se enchían de alegría al presenciar esa ilógica e insensata rebelión. Al ver a esos personajes aparentemente absurdos, al ir sintiendo desde dentro de nosotros mismos cómo crecía esa fuerza libertaria adormecida, o debilitada, por el fin de la historia y su arrogante despliegue de certezas y disciplinas, empezamos a percibir que no estábamos solos.
Eso fue en un primer momento el levantamiento zapatista: un terremoto que volvió a su lugar las emociones y los sentidos de la realidad, incluso en contra de teorías y representaciones ilusorias construidas desde los medios de comunicación, las academias y las prácticas políticas.
Estábamos frente a un acontecimiento inusitado: el corazón del sistema se trasladaba desde las grandes fábricas y los sectores obreros en los centros industriales hacia sus extremos.
La fractura del sistema estaba encontrando otras rutas, otras explicaciones y nuevos horizontes. Nuestras utopías libertarias también: era la llamada de alerta para detener el proceso de destrucción en el que estábamos insertos y que ayudábamos, aun involuntariamente, a reproducir todos los días; era la llamada para iniciar la reconstrucción de la humanidad.
Como diría en ese momento Antonio García de León, "en la medida en que proliferaban los comunicados rebeldes, nos fuimos percatando de que la revuelta en realidad venía del fondo de nosotros mismos" (García de León, 1994, p. 14).
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Cuando se constituyó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en las montañas y selvas de Chiapas, México "y América Latina" estaba en pleno remate de su patrimonio: casi mil empresas estatales privatizadas (de 1155), la mayoría en condiciones de buen rendimiento; rescate de las empresas privadas quebradas para sanearlas con presupuesto de la nación; cambio de legislaciones para propiciar la apropiación particular de recursos anteriormente considerados patrimonio colectivo, incluso estratégico. La década perdida, que arrebató casi todas las bases materiales de lo que se entendía por Nación mexicana, fue el contexto en el cual los pueblos de Chiapas, junto con los integrantes de las Fuerzas de Liberación Nacional, entendieron que no había más camino. Que era necesario construir uno nuevo.
Diez años más tarde y a través de este proceso de expropiación concertada que multiplicaba la pobreza y arrancaba oportunidades y esperanzas al pueblo mexicano, el país ingresa a la OCDE "el club de los ricos", y firma el Tratado de Libre Comercio de América del Norte mediante el cual delega buena parte de su soberanía en el organismo trinacional comandado por Estados Unidos. Es entonces el momento de la verdad: los mexicanos mueren todos los días de enfermedades curables y el país se desangra por miles de caminos (Subcomandante Insurgente Marcos, "Chiapas: el Sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía"). El Ejército Zapatista de Liberación Nacional decide lanzarse a la guerra por desesperación (Subcomandante Insurgente Marcos, "Hay un tiempo para pedir, otro para exigir y otro para ejercer") y detener, de una vez por todas, el saqueo de nuestras riquezas naturales (EZLN, "Declaración de la Selva Lacandona").
Diez años más tarde, celebrando la constitución de las juntas de buen gobierno como instancias de autogestión comunitaria, México se encuentra más comprometido que nunca, ya no sólo con el neoliberalismo, sino con la política neofascista emprendida por Estados Unidos. Mientras el gobierno cede terreno y jurisdicción, las comunidades zapatistas refuerzan su soberanía. La disputa, por lo mismo, desborda el ámbito nacional y enfrenta nuevos retos y nuevos peligros. Desafíos internos porque la autogestión supone una construcción hacia adentro de sí mismos; desafíos externos porque la sociedad civil, los movimientos de resistencia y el poder en ejercicio pleno son diferentes hoy, transitan por otras vertientes y desarrollan nuevos mecanismos. Hay una mayor polarización "dice el subcomandante Marcos", también hay muchos más sueños y esperanzas. Hay mayores riesgos, pero ya casi no queda qué perder y cada paso es ganancia.
La generosidad de esas comunidades de indígenas pobres pero íntegros y dignos ha sido una de las mayores aportaciones que ha recibido la humanidad en un momento de mezquindades y competencia. La generosidad de una organización política que se atreve a situarse de lado para que todos puedan caber es algo que tendrá que valorarse a la distancia, todavía no suficiente, que nos aparte de genuinos o lastimosos compromisos con la coyuntura. Lo que es indudable es que esa generosidad, y la manera zapatista de entender el mundo y sus avatares, son herramientas fundamentales para desatar un nuevo horizonte para todos.
Que su caminar siga preguntando y abriendo rutas y puentes. Que nuestro andar siga al lado del suyo para "que la pluma sea también una espada, y que su filo corte el oscuro muro por el que habrá de colarse el mañana" (Subcomandante Insurgente Marcos, encuentro de intelectuales "En defensa de la humanidad").