Avec la grève on trouve "... enfin cette solidarité ouvrière, cette convivialité
de classe, qui seules aident à supporter la grisaille de la vie prolétarienne.
La répétition des horaires, la répétition des gestes, les salaires dérisoires,
tout cela pèserait trop lourd si de temps à autres ne s’ouvrait la clarière de
la grève. La grève, c’est l’utopie. C’est le temps libre. C’est la fraternité
avec les copains. Le salaire est amputé, la gêne s’installe au foyer, mais
pendant quelques jours, quelques semaines, dans l’atelier occupé,
c’est la fête".
Michel Ragon, La memoire des vaincus[1]
El capitalismo de nuestros días se ha convertido en el mayor depredador de la vida y la riqueza del planeta, desde los recursos naturales hasta la población. Su gran poderío tecnológico, su enorme capacidad de producción, su movilidad y su omnipotencia, capaces de generar cada vez más riqueza, han sumido a la humanidad en una de las épocas de mayor miseria y desamparo. Con el neoliberalismo, el progreso muestra una de sus peores fachadas y las relaciones internacionales se establecen sobre la base de la prepotencia y la humillación. El progreso, la modernidad, en estas circunstancias no ofrece nada más que descomposición y desamparo a una porción gigantesca de la población del mundo que además es señalada como la culpable de todas las carencias por haber crecido desproporcionadamente. La única expectativa de vida que ofrece el neoliberalismo para dos terceras partes de la población del planeta es la de la precariedad en todos los sentidos, sea como sustento de la rentabilidad de un capital que muestra cada vez más su entraña sanguinaria, sea como expresión de los excedentes o desechos de una sociedad construida sobre la base de la negación del ser humano.
Este ímpetu depredador que concibe al ser humano como dato estadístico u objeto de estudio y apropiación, sin embargo, se ha topado con un límite infranqueable, como no sea mediante la destrucción absoluta: el hombre-sujeto, el hombre-colectivo.
Las fuerzas de la competencia, del mercado, de la individualización y de la deshumanización que impulsa el neoliberalismo están propiciando, contradictoriamente, la mayor cruzada humanitaria de que se tenga noticia: la insubordinación de los distintos, de las minorías, de los individuos, de las mujeres, de los indígenas y de los pequeños, a través de su construcción como colectivo, como mayoría, como humanidad.
Esta facultad de promover la destrucción-reconstrucción de la humanidad, propia del neoliberalismo, requiere de un análisis cuidadoso y pormenorizado que contribuya a desentrañar su origen, características y fragilidad, y que permita, con ello, trazar los caminos posibles de la dignidad insumisa y de la marcha hacia la esperanza.
Caracterización del neoliberalismo
El neoliberalismo se ha convertido en referente explicativo universal de todos los sectores sociales y se asocia indistintamente a fenómenos culturales, económicos, laborales, políticos y sociales. Lo que es indudable es que en el imaginario colectivo el neoliberalismo, aunque sea intuitivamente, empieza a ser percibido como un modo de organización de la sociedad que trasciende lo estrictamente económico y que determina y deteriora los múltiples aspectos que componen nuestra cotidianidad. Y a este reconocimiento de la omnipresencia del neoliberalismo se suma la constatación de las diversas formas de violencia que le son consustanciales: la violencia del desempleo, la impunidad, el racismo, la competencia.
El uso que se ha dado a este término, no obstante, resulta de una ambigüedad epistemológica difícil de procesar. Originalmente entendido en su ámbito de construcción ideológica, el neoliberalismo es la expresión más ortodoxa de la libre empresa capitalista y de las virtudes de la competencia en un mundo en el que el desempleo sea suficientemente abundante para desmovilizar y controlar a los trabajadores, pero en el que ningún recurso, ni la fuerza de trabajo, evada la sanción del mercado y ningún estado interfiera con sus impulsos saneadores. En palabras de Perry Anderson "... es un movimiento ideológico a escala verdaderamente mundial, como el capitalismo jamás había producido en el pasado. Se trata de un cuerpo de doctrina coherente, autoconsistente, militante, lúcidamente decidido a transformar todo el mundo a su imagen, en su ambición estructural y en su extensión internacional".[2]
Desde la perspectiva de sus líneas principales de política económica, el neoliberalismo se reconoce por cuatro elementos centrales: privilegio del control inflacionario mediante la desaceleración económica que, mientras sume al conjunto en una recesión generalizada, permite a las grandes empresas una nueva toma de posiciones en el mercado mundial y en los mercados regionales o locales; sometimiento de nuevas áreas o recursos a la sanción del mercado mundial mediante la descomposición y la pulverización finales de la llamada área socialista y las privatizaciones de recursos estratégicos y sistemas de comunicación de todo tipo impulsadas en todo el planeta; debilitamiento de estados y naciones mediante una agresiva política de endeudamientos, la destrucción de su planta productiva a través de la competencia más violenta y la generación de nuevos mecanismos de dependencia con base en la ruptura de sus suficiencias alimentarias o de recursos básicos; la conversión del proceso de reproducción de la fuerza de trabajo en un atractivo campo de valorización que lleva a la negligencia en la responsabilidad social del estado de garantizar los derechos del hombre y del ciudadano y que desata una miseria colectiva mundial, y la búsqueda por imponer criterios estrictamente mercantiles a una fuerza de trabajo que no puede disociarse de su portador, quien, para adecuarse a las necesidades de la competencia, puede ser incluso empujado a la extinción.[3]
Considerando que a pesar de su ambigüedad epistemológica el término se ha consagrado como paradigma explicativo del capitalismo contemporáneo, su caracterización apela a una valoración pormenorizada.
Dejando abierta la discusión acerca de la pertinencia científica de los diferentes contenidos asignados al neoliberalismo, lo recogemos aquí en tanto que expresión integral del capitalismo de fin de siglo, considerando que, aunque la ideología ciertamente tiene su propio espacio, no puede desprenderse del contexto histórico que la origina, a riesgo de perder todo sentido práctico. La ambigüedad del término, en todo caso, obliga a un esfuerzo renovado por avanzar en la caracterización específica del mundo actual, cuestión de una importancia indiscutible.
Desde una perspectiva histórica y bajo las consideraciones anteriores, el neoliberalismo se ubica entonces como la modalidad capitalista contemporánea en un sentido integral. Refiere el modo específico de organización social correspondiente a un momento de automatización del proceso de trabajo en el que la objetivación de saberes contempla no sólo los relativos a conocimiento y destrezas operacionales -que inician con la creación de la máquina herramienta y el establecimiento de la gran industria-, sino, específicamente, los de las operaciones lógicas básicas de procesamiento intelectual. Efectivamente, la tecnología microelectrónica abre las puertas para la formalización operacional, para la objetivación, de los procesos de trabajo mentales. Este hecho por sí solo marca una sustancial profundización del proceso de subsunción capitalista y redefine todos los niveles de las relaciones económicas y sociales.
El grado de automatización que propicia esta tecnología permite por primera vez el establecimiento de procesos de producción en escala mundial y con ello rompe las barreras de la fábrica. La dominación capitalista no sólo es mucho más profunda sino también más amplia. El espacio de la producción se extiende territorial y estructuralmente en la sociedad. Se puede decir que la fábrica se vuelve difusa, pero también se puede decir que se vuelve omniabarcante. Todas las actividades, todos los estratos sociales, todos los recursos y todos los individuos son subsumidos por una maquinaria implacable y atractiva, mediante una tecnología amable, a la dinámica de la valorización y a la competencia por la hegemonía mundial. Este proceso, sin embargo, no está libre de contradicciones. El sometimiento general a la racionalidad capitalista supone que el trabajador es compelido a validar su fuerza de trabajo en el mercado, y sólo en la medida en que ésta pueda obtener un reconocimiento como valor de uso (incluida su utilidad como ejército industrial de reserva) su mercancía será sancionada como tal y se considerará parte funcional de esta totalidad en movimiento. El reconocimiento de este valor de uso sólo puede ser otorgado por el mercado y en una situación de competencia, misma que marcará los límites y tratará de expulsar todo aquello que no ha sido validado, sin importar que se trate de seres humanos.
La dominación económica, política, social y cultural se expresa en un abigarrado y extendido conjunto de redes de diversos tipos que articulan y someten a la sociedad mundial. En la base se encuentran las redes de producción, desarrolladas por las empresas transnacionales, que integran obreros y trabajadores de diferentes estratos sociales, de formaciones y culturas dispares, de territorios distantes y muchas veces ajenos entre sí, a un mismo proceso de producción, bajo el mando de un mismo capital. Pero este capital también participa en redes financieras, comerciales, de comunicaciones y hasta de centros de diversión, de hoteles, música, etcétera. De esta manera, las redes mediante las cuales el capital ejerce su poder, resuelve la competencia y hace uso del territorio y población mundiales para garantizar su valorización no sólo se tejen horizontalmente sino que atraviesan todos los niveles del funcionamiento y reproducción de la sociedad.
La aguda competencia generada por la creciente concentración del capital, no obstante, no sólo lleva al reforzamiento y ampliación de estas redes de dominio en las que los tentáculos que se ciernen sobre los recursos naturales del planeta constituyen uno de sus pilares estratégicos, sino también a un involucramiento agresivo de los estados en esta disputa por los elementos fundamentales del proceso general de reproducción, por el control de territorios, por la generalización de una concepción del mundo, del progreso, del bienestar y de lo posible organizada en torno a su liderazgo. La disputa por los recursos estratégicos mundiales, la revaloración de las virtudes y potencialidades de la naturaleza y del espacio adquiere una importancia renovada a partir del desarrollo de tecnologías que los convierten en terrenos privilegiados para la acumulación y la competencia. Si la tecnología actual permite ya penetrar en los códigos de definición de la vida y empezar a transformarlos, la tecnología del futuro los supone como instrumento de trabajo. Otro tanto ocurre con el conocimiento de la estructura de los materiales y con el conocimiento del espacio.
Justamente por tratarse de campos de vanguardia que definen la dinámica de la competencia, es en estos campos donde la contradictoriedad capitalista se manifiesta con toda su fuerza: lo que se disputa en el fondo es el uso y disposición de los territorios, es la soberanía de las naciones sobre sus recursos y espacios, la facultad de los pueblos para decidir su modo de relacionarse con la naturaleza. Frente al afán apropiador o privatizador del capital, la soberanía se convierte en un punto de resistencia fundamental en contra de las bases sobre las que se asienta el capitalismo de nuestros días.
La revolución tecnológica marca el inicio de una crisis de paradigmas y de concepciones, obliga a una reconversión integral de todos los momentos de la estructura productiva y consecuentemente de la social, lleva a un funcionamiento especulativo sobre la base de una más adecuada valorización en el futuro, modifica las especificaciones cualitativas de la fuerza de trabajo, pero sobre todo representa la respuesta capitalista ante la insubordinación del trabajo, es un mecanismo que altera el terreno de la lucha de clases, que amplía el ámbito de la dominación a la vez que modifica sus formas de expresión. La clase tiende a ser desdibujada a partir de la extensión del proceso productivo hacia ámbitos diversos, que incorporan segmentos muy dispares del mercado de trabajo, incapaces de reconocerse entre sí; a partir de la incorporación de actividades no concebidas anteriormente como productivas, y a partir de la mercantilización de la reproducción de la fuerza de trabajo o de su validación sólo en la medida en que se somete a los imperativos de la valorización. La desestructuración objetiva del terreno de la lucha de clases se acompaña de una incapacidad temporal para autorrepresentarse como colectivo, para identificarse con y en el otro. La construcción de las comunidades ilusorias, de las identidades colectivas, se plantea entonces en tanto que rebeldía frente al capital y se convierte igualmente en espacio de resistencia o de subversión.
La nueva tecnología, tan sorprendente y versátil, está encontrando el camino de la recomposición general de la sociedad por medio de una adecuación de formas y contenidos del trabajo, del consumo, del descanso, de las relaciones sociales y de la distribución y control de la población y de la riqueza. Sólo basta que la humanidad se conciba a sí misma como producto de la ineludible paradoja que consiste en que mientras más se integra mundialmente más se particulariza; mientras más se extienden las redes articuladoras capitalistas, más aislados están los individuos a pesar de su conexión, o justo por eso. En otras palabras, que se reconozca como objeto atomizado para poder contribuir al progreso de la globalización, que se des-clase, que se des-sujetice, que deje de ser humanidad.
El espacio de la tecnología es esencial en la competencia, es donde se debate el plusvalor extraordinario, pero es también donde se define el modo y el alcance del proceso de subsunción, de la apropiación capitalista, de la desposesión. Es éste también el espacio donde sujeto y objeto se confunden y se trasponen, donde el sujeto deja de ser; es el terreno de la deconstrucción de la humanidad y de la (re)construcción del capital.
A partir de la revolución electroinformática son abatidas muchas de las fronteras que aprisionaban los procesos productivos pero son creadas otras que aprisionan a la humanidad. La producción se reconstruye sólo después de una secuencia que integra trabajadores, materias primas y territorios de cualquier esquina del mundo pero que al integrarlos a través de esta economía de redes los separa de sus colectivos y los somete a la competencia individual. Así, las fuerzas productivas bajo el dominio del capital rompen los cercos que ellas mismas se habían fijado anteriormente pero crean cercos entre nosotros. Así, se quiere convertir a las naciones en partes funcionales de la totalidad, y subsumir los derechos, tradiciones y culturas nacionales bajo el derecho universal expresado en la propiedad privada.
Con el neoliberalismo se ha llegado al nivel más alto de la desposesión. Todo es intercambiable. Hasta el pensamiento en cierta medida ha empezado a convertirse en mercancía a través de la digitalización o formalización informática de sus operaciones lógicas elementales. El mercado tiende a ser omnipresente y en ese contexto un capital que conquista la escala planetaria es, desde su propia perspectiva, la encarnación de lo universal. Lo universal expresado y validado en el mercado mundial y, por tanto, trazado a partir de los intereses y dinámica del capital internacionalizado.
El reconocimiento universal procesado por medio del mercado mundial implica que éste se erige como eje sancionador y articulador de todo lo potencialmente útil. No hay mercados particulares sino sólo en la medida en que éstos son referidos al mercado mundial. No hay derechos particulares si no son sancionados por el derecho universal que sólo reconoce como válido el poder del dinero, del equivalente general. La diferencia, resaltada bajo el influjo de las tendencias uniformadoras, sólo es admitida como valor de uso en la medida en que su referencia al mercado la convierte en objeto intercambiable.
El capital busca todos los medios posibles para eliminar los obstáculos para el libre funcionamiento de este ombudsman de la propiedad privada que es el mercado mundial, para garantizar una distribución de los recursos real o potencialmente útiles y acaparables que atienda a las jerarquías y estructuras de dominación construidas al abrigo de la mano invisible. Naciones, soberanías, lenguas, culturas y todo tipo de fronteras se ven presionadas para buscar su refuncionalización en pos de la ansiada competitividad y de una libertad de mercado regida por el monopolio. De ahí que las políticas privatizadoras de bienes estratégicos o aquellas que conminan a todo ser humano a convertirse en individuo aislado estén fuertemente sustentadas en la concepción de progreso que emana del mercado mundial. La supuesta globalización de la sociedad debe corresponderse con una disponibilidad equivalente de los recursos que ahora más que nunca son mundiales y dejarlos al arbitrio de esa sabia e imparcial mano invisible (¿o debemos decir pulpo invisible?). De ahí que el reconocimiento de cualquier comunidad ilusoria, llámese nación, clase o gremio, sólo pueda conquistarse en contraposición al mercado mundial y a la ideología y práctica neoliberales que lo caracterizan y en una escala equivalente al grado de internacionalización de los capitales que lo dominan. El mercado es el espacio del valor, no del ser humano. Lo colectivo, lo comunitario, la humanidad son, desde este ángulo, la negación del mercado.
Nunca antes el mundo había conocido redes tan amplias y poderosas de dominación como las que ha permitido desarrollar la tecnología moderna. Desde el proceso de trabajo hasta los nuevos contenidos y formas de la diversión constituyen cadenas mundiales articuladas y homogéneas que enlazan a los hombres pero les impiden relacionarse entre sí. En todo el planeta los niños juegan nintendo y no por eso son iguales; siguen siendo negros, pobres, subdesarrollados, indígenas, diferentes. La General Motors tiene plantas, distribuidoras y trabajadores conectados mediante una red de computadoras que se extiende a lo largo y ancho de la superficie terrestre y, por ese medio, logró romper las fronteras de la fábrica que encerraban a un colectivo de trabajadores. Ahora ya no interactúan porque están todos dispersos. Ya no se reconocen como colectivo. Por eso los espacios de resistencia en esta etapa histórica se construyen desde las particularidades. Desde nuestro ser indígenas, desde nuestro ser mexicanos, desde nuestro ser desposeídos, desde nuestro ser un punto de esa inmensa e inasible red de dominación capitalista articulada por la tecnología y el mercado, desde nuestro ser negados como sujetos, desde nuestro ser atomizados, pulverizados y deshumanizados. La desposesión que sirve de base al neoliberalismo es tan profunda que la rebeldía no puede sino surgir de lo más hondo, de lo más extremo. El dominio del capital es tan inmenso que está convirtiendo contradictoriamente la pequeñez en grandeza.
La humanidad que se construye
El neoliberalismo corresponde a un momento histórico en el que la competencia ha alcanzado niveles titánicos. Es una competencia entre gigantes que se han ido conformando en este mismo proceso de eliminación, absorción, dominación, concentración y centralización. Es éste el camino del progreso dentro del capitalismo, y su agudización en la etapa neoliberal corresponde a la envergadura de los capitales involucrados y a una larga historia en la que los más fuertes, más hábiles y, por usar un término de moda, más competitivos, han sobrevivido y representan la elite del poder mundial. La competencia ha conducido a un desarrollo sin precedentes en las fuerzas productivas que podrían significar el bienestar material de la población mundial en su conjunto; sin embargo, ha conducido también a un desarrollo sin precedentes de la miseria y la desposesión. Teorías y políticas van y vienen intentando amortiguar las contradicciones, intentando mover un poco el punto de equilibrio de la distribución de la riqueza, intentando encontrar el rostro humano del capitalismo; sin embargo, más tarde o más temprano se vuelve siempre al punto de partida: la competencia es por definición la negación del otro.
La dinámica de la competencia supone por naturaleza una negación de todo lo circundante que no pueda ser apropiado, incorporado o sometido. La competencia implica el fortalecimiento propio y el debilitamiento ajeno. El otro es siempre la negación de uno mismo y por eso no puede ser tolerado, por eso es necesario impedir su desarrollo, por eso hay que buscar su destrucción. La humanidad no puede construirse a partir de estas bases porque la humanidad es el reconocimiento de uno mismo en el otro, con el otro. El sometimiento del otro, su destrucción, su humillación, su aniquilamiento, insoslayables en la lógica de la competencia, constituyen la negación de la humanidad, de lo humanitario. La humanidad ha sido desarticulada por las mismas causas que alientan la competencia: el mercado, la tecnología, los medios de comunicación, la ideología del progreso capitalista. Por eso la humanidad se tiene que reconstruir, se tiene que reconocer, se tiene que reconcebir. Por eso la posibilidad de generar un proyecto civilizatorio distinto al del capital sólo podía provenir del otro, de todos los otros, de los negados, de los sin rostro.
La construcción de la humanidad es un proceso en el cual es necesario rescatar y resignificar viejos valores como justicia, dignidad, democracia y el mandar obedeciendo, pero sobre todo en el que tenemos que resignificarnos nosotros mismos como seres humanos, como colectivo, como clase y como sujetos de la historia. De esa historia que el neoliberalismo se empeña en negar con el afán de desconocer los procesos sociales que puedan subvertirlo, con el afán de robarnos la esperanza. Para el neoliberalismo no hay procesos sino hechos, acontecimientos que se ubican en un solo plano temporal porque la historia llegó a su fin y el tiempo se ha vuelto redundante. El desconocimiento de la historia permite borrar los referentes de la identidad, sin los cuales no hay sentido comunitario ni motivos para establecerlo. "Un presente sin futuro fomenta el fatalismo; un futuro sin pasado sucumbe en la inocencia angelical de las rupturas absolutas, un pasado autoproducido al infinito promueve la contemplación pasiva."[4] La historia negada por el neoliberalismo, que es fuente de la sabiduría popular y alimento de nuestras utopías, es lugar de reencuentro identitario y un terreno más de resistencia y subversión.
Atendiendo a los distintos planos de contradicción de la sociedad capitalista contemporánea, a su carácter internacional y a sus múltiples determinaciones, nuestro reconocimiento en el otro supone un cuestionamiento de todos los niveles de nuestra vida social. Por eso la resistencia frente al neoliberalismo debe darse en todos los espacios y todos los niveles, locales e internacionales, públicos y privados, particulares y universales. En este proceso la práctica comunitaria, las identidades tangibles como primeros espacios de reconocimiento y la pluriculturalidad han de constituirse como base de la alternativa para la reconstrucción de la humanidad. En la nueva ofensiva del mercado ya no quedan periferias o zonas de refugio,[5] es necesario construir la alternativa a través de la subversión de los fundamentos del neoliberalismo, es necesario por ello refundar el mundo.
La mayoría se construye a partir de minorías autoconscientes, mediante el diálogo entre puntos de vista y experiencias diferentes. Contra la atomización que nos impone la competencia en el sistema capitalista, la construcción de colectivos solidarios, de puentes que nos resignifiquen, de diálogos que nos permitan descubrir confluencias y nos enseñen a respetar diferencias, de redes que nos integren mundialmente como insubordinados, como rebeldes ante la negación de nosotros mismos, como sujetos de la transformación hacia un mundo nuevo, es el único espacio de resistencia posible pero es, simultáneamente, el espacio de la subversión antineoliberal, anticapitalista.
Estas redes civiles o estos espacios de construcción de identidades hacia la búsqueda de resignificación de la humanidad generan resistencias activas y operan bajo lógicas contrarias a la del neoliberalismo. Las experiencias han empezado a surgir desde diversos rincones de la sociedad y empiezan a generar confluencias. Algunas atentan contra uno de los puntos de mayor vulnerabilidad del capitalismo contemporáneo como en el caso de las organizaciones de deudores de la banca, otras se refieren a la concepción misma de la división social del trabajo como el de las mujeres, otras a distintos problemas de reproducción de la fuerza de trabajo como la de los estudiantes o los jubilados, otras a los límites destructivos de la valorización del capital como las de los movimientos por la ecología, otras directamente contra la explotación del trabajo de obreros y campesinos; algunas otras reivindican la soberanía popular como la de Tepoztlán. Pero sólo una, desde una perspectiva identitaria y no obstante trascendiendo su ser indígena, ha planteado la construcción integral de un mundo nuevo y ha convocado a la población mundial a un diálogo por la humanidad.
A través de estas formas de resistencia se va generando una nueva cultura política, participativa y no delegativa, una cultura política que necesita nuevas formas de representación, directas y colectivas, comunitarias. Hoy en México y en el mundo el zapatismo ha tendido el puente para transitar juntos, como humanidad insubordinada y rebelde, hacia un mundo donde la dignidad sea una virtud y la democracia una práctica cotidiana.
Notas:
[1] |
Con la huelga se encuentra "... finalmente esa solidaridad obrera, esa convivialidad de clase que son lo único que ayuda a soportar la grisura de la vida proletaria. La repetición de gestos, los salarios irrisorios, todo eso sería demasiado pesado si no se abriera de tiempo en tiempo la luminosidad de la huelga. La huelga es la utopía. Es el tiempo libre. Es la fraternidad con los compañeros. El salario recortado, el malestar se instala en el hogar pero, durante algunos días, algunas semanas, hay fiesta en el taller ocupado". Albin Michel, París, 1990, pp. 362-63. |
[2] |
"Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda", Viento del Sur, n. 6, México, primavera de 1996, p. 44. |
[3] |
Armando Bartra señala que uno de los problemas es que, en la medida en que avanza el capitalismo, va apropiándose de las áreas que antes constituían un refugio relativamente externo para esas poblaciones. En el capitalismo maduro (y globalizado), y desde la perspectiva del capital, la validación mercantil representa la única garantía de supervivencia y la falta de ésta condena a la extinción a los seres que, desde esta perspectiva, aparecen como absolutamente sobrantes. "En el nuevo orden neoliberal se amplía y profundiza la subsunción capitalista pero también la exclusión. En el fin del milenio los saldos del capitalismo salvaje no radican sólo en la desvalorización del trabajo frente al capital sino en la radical desvalorización como seres humanos de la parte redundante de los trabajadores; el resultado es explotación intensificada pero también exterminio. Los más pequeños, los ofendidos y los humillados de siempre; los trabajadores explotados, pero también los nuevos excluidos y marginados, enfrentamos el reto de detener tanto la racionalidad expoliadora del sistema como su lógica genocida. En el desafío están en juego, no sólo la dignidad y la justicia, también la simple sobrevivencia" (inédito). El carácter de estas poblaciones indudablemente apela a una nueva reflexión sobre su estatuto teórico y sobre la amplitud o nuevos contenidos del ejército industrial de reserva. |
[4] |
Enrique Rajchenberg, prólogo en Enrique Rajchenberg y María Eugenia Romero (comps.), Problemas de historia económica de México. Siglos XIX y XX, Claves Latinoamericanas-Facultad de Economía, México, 1995, p. 8. |
[5] |
Armando Bartra, op. cit.
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